Cuando yo estudiaba en Cuarto de primaria, en una de las tantas ocasiones en las que acompañé a mis padres a “hacer el supermercado” me sorprendí al ver que, en una de las cajas del supermercado, el muchacho que empacaba las bolsas era hermano de mi cuate, Daniel. Ese muchacho debió estar en Quinto, o Sexto grado. ¿Qué edad tendría, 12, o 13 años? Y a mí me dio escalofrío cuando mi padre comentó que yo debería seguir su ejemplo.
Mi amigo, Tono, a los 15 años trabajaba formalmente en la empresa de su papá; y en las tardes no estaba disponible para hacer las averías que mis otros amigos y yo hacíamos en vez de aplicarnos con las tareas del colegio.
En la Guatemala del siglo XXI miles de niños agarran camino hacia el Norte porque entre la guerra perdida contra las drogas y la guerra ganada contra el ahorro y el capital, aquí la vida es muy cuesta arriba. Entre lo peligroso de la delincuencia y la falta de oportunidades de trabajo y de superación, muchos patojos no ven motivo para quedarse
En esta Guatemala del siglo XXI, ¿qué se le ocurre a la progresía? Elevar la edad mínima para comenzar a trabajar legalmente; de modo que sea imposible para un niño de 15 años conseguir empleo legal, y se castigue a quienes se atrevan a darles trabajo a los niños que lo necesiten. ¡Por supuesto que no estoy de acuerdo con que se abuse de los niños que trabajan; del mismo modo en que no estoy de acuerdo con que se abuse de los adultos que trabajan!, pero una cosa es castigar a los patronos que abusan de sus trabajadores y otra muy distinta es prohibir que las personas trabajen…sobre todo si lo necesitan mucho.
Ni el hermano de Daniel, ni Tono necesitaban trabajar; pero estoy seguro de que la experiencia de saberse productivos contribuyó a su autoestima, a su sentido de propósito, a su orgullo y a su integridad. Y en otro plano, ¿qué tipo de inmoralidad retorcida y perversa se adjudica la facultad de prohibirle el trabajo productivo a un patojo que lo necesita para comer, o para contribuir con la economía de su casa?…y luego, la progresía se espanta porque los niños se van a buscar trabajo más allá de la frontera.
Columna publicada en El periódico.