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La posada rural Chaculá fue nuestro destino luego de abandonar Huehuetenango. El plan para el día era ir a Yalambojoch y de ahí salir para la Laguna Brava. Epic fail, pero divertido al final del día.
Raúl Contreras y yo salimos de Huehuetenango a las 6:00 a. m. del 27 de diciembre y nos dirigimos hacia el norte con rumbo a Nentón y la franja transversal del norte, atravesando paisajes que lo dejan a uno papo. Montes, bosques y barrancos magníficos. Esas piedras que estuvieron bajo el océano hace miles de años y que son abundantes en Huehuetenango, son mis favoritas. Luego de Nueva Esperanza entramos a Chaculá que sería nuestra base de operaciones. La bienvenida nos la dieron un bosquecito como de cuento y un riachuelo que no se quedaba atrás.
Al entrar a la casa vieja de la finca Chaculá uno siente que ha sido transportado a otro mundo y en el tiempo. Las fotos lo dicen casi todo; pero no pueden transmitir ni los sonidos (ni el silencio), ni los aromas que lo envuelven a uno al llegar. Luego de instalarnos y tomar nuestro primer desayuno…con huevos fritos criados allí, frijoles parados del lugar y queso y leche de la finca decidimos emprender nuestra excursión a la Laguna Brava, a partir del cercano pueblo de Yalambojoch. Y aquí es donde se pone bueno.
Como mi auto no es de doble tracción, ni es muy alto. Habíamos arreglado (o eso creímos) que tendríamos un auto de doble tracción y caballos (o lo que fuera, porque aquella es tierra de burritos) para ir a la laguna.
En la posada se hicieron llamadas y nos consiguieron un pick-up que nos llevaría a Yalambojoch por la carretera inconclusa para reunirnos con el guía que nos llevaría a la Laguna Brava y con el vehículo y/o las bestias que habíamos solicitado. Eso sí, nos advirtieron que el pick-up es lo que habían conseguido, aunque ha estado fallando algo. Cuando preguntamos acerca de lo que fallaba, nos explicaron: Los frenos.
Como ya estábamos encaramados, como teníamos muchas ganas de ir y como el camino es plano (o eso creímos), dispusimos aventurarnos en el pick-up al que le fallaban los frenos, luego de que nos aseguraban de que eso ya había sido resuelto.
Salimos de Chaculá, tomamos la franja transversal del norte y…nos fuimos a dar con una carretera inconclusa, no con hoyos, sino con verdaderos cráteres y casi impasable. Luego nos explicaron que la construcción de la carretera (que iba hermosísima) fue suspendida porque los dirigentes de las poblaciones del área habían convencido a la gente de que las carreteras traen cosas malas y muertos.
Nunca, nunca he sido tan sangoloteado como en aquel camino. Reboté en la cabina como uno no puede imaginarse. Y al llegar a Yalambojoch…niente; ni vehículo de doble tracción, ni cabalgaduras. Sólo excusas e información confusa. Vuelta de 180 grados, y de regreso a Chaculá. Más sangoloteos y más rebotes…eso sí, en esta ocasión noté que toda la carretera, por quién sabe cuántos kilómetros que parecen una docena, había orquídeas terrestres rojas, llamadas Epidendrum ibagüense. Kilómetros y kilómetros de hermosas orquídeas que endulzaron la excursión fracasada. Don Domingo, el conductor, nos llevó y regresó sanos y salvos.
De vuelta a Chaculá almorzamos y el administrador, Edgar, nos organizó rápidamente una excursión al sitió arqueológico de la finca. Fue Jorge, un muchacho de la localidad, quien nos llevó por la Laguna de Chaculá, el sitio arqueológico y a la Laguna Ranera. En esos bosques, entre muros y estructuras antiquísimas yo me sentía como un explorador del siglo XIX, o algo parecido. Para mí, los sitios arqueológicos son mágicos y despiertan la imaginación y las fantasías del niño que hay en mí. El ex orquideólogo que hay en mí también tuvo su recompensa; aparte de las E. ibaguense de la carretera, en el sitio arqueológico encontramos una orquídea negra llamada Prosthechea cochleata (que es la flor nacional de Belice, según me cuenta mi amigo, Roberto Lizama), coronando un montículo de piedras talladas. Ya sabes…una orquídea negra en el bosque, es motivo para la imaginación y para maravillarse. Salvando las distancias, sentí algo parecido a lo que sentí cuando visité el reino Kan. Luego de una larga caminata y de aprender bastante sobre las personas que habitaron aquellos lugares y luego los abandonaron regresamos a la posada para tomar un baño y cenar.
Uno de los encantos de Chaculá es que las comidas se hacen en una mesa común, a la luz de candiles. Uno conoce y platíca con personas y familias que no conoce y que ya estuvieron en los lugares que uno va a visitar, o que están por ir a los que uno ya visitó. Las charlas son muy amenas y divertidas. Está claro que -con las naturales diferencias- uno comparte ciertos valores con la gente que encuentra en esos lugares: el gusto por la aventura, por la naturaleza, por conocer las culturas y por la sencillez de lo rural…siempre que haya un baño tibio, una buena cena (en Chaculá se come riquísimo) y una cama limpia al final del día, en mi caso.
Es cierto que el viaje a la Laguna Brava fue un epic fail; pero ese es uno de los motivos para volver. Aprendimos mucho sobre la gente y sus vidas y el lugar. Luego de la cena disfrutamos del alucinante cielo estrellado…y a la cama para amanecer temprano al día siguiente y emprender camino a El Cimarrón y los cenotes de Candelaria.
Zaculeu, primera etapa del viaje de fin de año.
El Cimarrón y los cenotes, tercera etapa del viaje de fin de año.
La costa sur, cuarta etapa del viaje de fin de año.