Como en la vida me gusta ir por rápidos y por corrientes subacuáticas casi nunca volteo a ver a la muerte; a veces, ni siquiera cuando pasa cerca. Pero en este fin de semana se puso necia.
La Parca interrumpió la vida de la madre de tres amigos queridos. Y, cuando terminó de hacer lo suyo, dejó un vacío de recuerdos, de abrazos, de momentos, y de alegrías. No solo en los hijos, nietos, hermanos y sobrinos de la madre de mis amigos, sino en todos los que ella tocó con su generosidad y su afabilidad.
Incansable, la Parca se hizo presente en la vida de un cuate; para impedirle llegar a los cuarenta. Y cuando terminó de hacer lo suyo, dejó una ausencia de fascinantes conversaciones sobre el arte y la belleza, así como uno de risas y sueños. Y los que quedamos en el vacío coincidimos en que la muerte se llevó un alma noble.
Justo recién, acabo de terminar de leer La elegancia del erizo, por Muriel Barbery, hermosa novela en la que –perdón por el spoiler– la protagonista medita: Ya nunca volveré a ver a los que quiero, y si morir es eso, desde luego es la tragedia que dicen que es.
Cuando hace casi cuatro años la Parca pasó dándome un empujón yo estaba comprando aguacates, en el mercado. Estaba por celebrar entre gente que amo. Y por eso me llamó la atención otra frase de aquella novela: Lo que importa no es morir, sino lo que uno hace en el momento en que muere.
Esta última frase cobra dramatismo a la luz de algo que un cuate escribió en Facebook, el miércoles: ¿Será necesario esperar hasta el último momento de tu vida para lamentar no haber tomado la decisión de ser feliz? Tu, ¿qué crees? ¿Vale la pena esperar? ¿Puedes tomar la decisión de ser feliz? ¿De quién depende que seas feliz? ¿Qué es ser feliz?
¡Cuánta gente desperdicia días preciosos y no toma la decisión de ser feliz! ¿Qué tal si, como dice Melvin en la película: What if this is as good as it gets? Por sí las moscas, y al grito de ¡Carpe Diem!, o ¡L’chaym!, hoy y siempre salto de mi cama en la mañana a celebrar mi vida, la de los que me antecedieron, y la de los que me siguen. Y que la Parca me agarre comprando aguacates, o limpiando anacates. Que me agarre oyendo a Mozart, recordando un Vermeer… o cantando.