Ojalá que todos los que anduvieron en el puerto, La Antigua etc. etc., se mueran. Hacen estorbo, dice un tuit publicado el 2 de enero de 2021 y al leerlo me dio repelús. El repelús, por cierto es la sensación o escalofrío de repugnancia o desagrado que uno experimenta hacia algo.
Me recordó la maldad de los que aman a la humanidad, pero odian a la gente. Me recordó a los que, en marzo de 2020, celebraban que gracias al coronavirus, en España habían bajado las emisiones de CO2. ¡Imaginaos lo que podríamos conseguir resucitando la viruela o la peste bubónica!, ironizó el tuitero @velardedaoiz2.
Al momento de escribir esta nota (que no es el momento en que tomé la foto), el tuit que motiva esta entrada tenía 158 likes, ¡158! y 26 retuits; pero afortunadamente, entre los comentarios, no hubo eco entre los lectores del tuit. ¡Mira que de verdad hay gente así!, gente que les desea la muerte a otras personas porque van de paseo y porque no viven sus vidas como el deseoso quiere; y en ese contexto escalofriante no hay que engañarse, las posibilidades de encierro a causa del virus chino y del covid-19 -así como las vacaciones de fin de año- pusieron en evidencia a personas comparten los deseos de la tuitera que motivó estas meditaciones. Los paseantes, por cierto, seguramente eran hijos, hermanos, o padres de alguien. Seguramente eran empleadores, o trabajadores. Seguramente tienen propósitos y proyectos de vida. Seguramente necesitaban un paseo, aire fresco, relajamiento, momentos de esparcimiento y de alegría. Pero le estorban a la tuitera y a quienes le pusieron Like, o retuitearon el mensaje ominoso.
Aquel tipo de deseos no son nuevos, claro. en 2005 y en el contexto del tsunami de año nuevo, escribí un artículo titulado ¿Prefiero la arena? en el que ponía en evidencia lo inhumano de aquellos que dicen amar a la naturaleza y a la humanidad, aunque odien a la gente. Pruebas de ello se hallan en un reportaje sobre el tsunami, en Asia, redactado por la Associated Press el 7 de enero de 20053 . Según el citado reportaje, mientras corría en una playa blanca de Tailandia que fue barrida por el tsunami, un sujeto dijo: Esta playa estaba plagada de comercialismo. Había cientos de sillas de playa aquí. Prefiero la arena. Se ve mejor ahora. El presidente de la Phuket Professional Guide Association, señaló: La naturaleza ha regresado a nosotros. Quisiera que se quede así para siempre. ¡¿Puedes creerlo?! ¡Más de 150 mil muertos, y los amantes del mar y la arena en jolgorio! Tal vez a esto se refería Adam Smith cuando, en The Theory of Moral Setiments escribió que una estúpida insensibilidad hacia los eventos de la vida humana necesariamente extingue aquella aguda y fervorosa atención que debemos tener hacia lo apropiado de nuestra propia conducta, atención que constituye la esencia real de la virtud.
Entre la navidad y el año nuevo fui al fascinante Chichicastenango con un grupo de amigos y fue impresionante ver como apagado y en en segunda aquella población que suele ser viva y vibrante, como corresponde a uno de los mercados más grandes e importantes de Centroamérica, desde tiempos prehispánicos. Triste ver el mercado que no es ni la sombra de lo que suele ser. Puestos vacíos, o con poquísima mercadería. Y lo que más me impresionó fue la necesidad no sólo económica de la gente que siempre ha vivido del comercio y del turismo (que es evidente), sino la necesidad de interacción humana entre personas que todas sus vidas han estado relacionadas con marchantes y turistas.
Claro que en eso no es lo que piensan los que ven como estorbos a los paseantes y les desean la muerte, ni a los que los muertos por el coronavirus sólo son el costo de que baje el CO2, ni a los que 150 mil muertos no les parece un precio alto con tal de disfrutar la arena para ellos.