Los pipoldermos, para quienes gobernar es gravar para gastar –como dice mi cuate, Osvaldo Schenone– están desesperados y su movida más reciente fue la de imponer un tributo de US$15 para los viajeros. Todavía no está vigente, pero si nos dejamos lo estará en unos meses.
¿Cuál fue el mejor argumento de los grupos que se manifestaron primero contra aquel abuso? El de que el impuesto le restará competitividad al país como destino turístico. La palabra técnica para argumentos tan malos y primitivos como ese es bullshit. ¿Quién va a dejar de venir a ver Tikal, La Antigua, Atitlán y la cultura maya viviente por unos dólares de más? Además, otros países también cometen expoliaciones y abusos de esa naturaleza.
Cuando los grupos de interés argumentan desde aquellas perspectivas, no solo hacen el ridículo, sino que no le hacen favor alguno a la causa de la libertad, no atacan las raíces del mal y solo fungen como negociadores de posiciones en vez de servir como defensores de principios.
El hecho es que todo impuesto es un robo. Los impuestos son dinero ajeno tomado por la fuerza, por los pícaros políticos que por el momento detentan el poder, para redistribuirlo luego entre su clientela –muchas veces contra los intereses y derechos de los legítimos propietarios del dinero expoliado–. Generalmente, parte de aquella redistribución se queda en los bolsillos de los que parten el bacalao.
El problema no es el de a cuánto va a ser la tasa que los publicanos le van a imponer a los viajeros; a las personas que viven del comercio y la industria en el Sistema D, o economía informal; o a los barriletes y a los colochos de guayaba. El problema de fondo es que somos una sociedad que no ve mal que haya expoliación y que no ve mal que los políticos financien intereses particulares con dinero ajeno, siempre y cuando no seamos nosotros los expoliados, o siempre y cuando los beneficiados de la redistribución seamos nosotros. Lo que debería ser inadmisible es el robo, no el porcentaje.
¿Qué dijo Henry David Thoreau para casos como este? Por cada mil personas atacando las ramas de un problema, hay una sola atacando sus raíces.
Columna publicada en El periódico.