La noticia que indigna es la siguiente: Este año, unas 874 mil personas serán afectadas por lo que popularmente se conoce como crisis alimentaria. Habrá hambre entre centenares y centenares de familias en El país de la eterna primavera.
El lente mediático y popular se enfoca en la sequía del año pasado y en la posibilidad de una sequía para 2015. Pero la falta de agua es sólo una circunstancia; y aunque es lo evidente, no es lo importante. En diciembre pasado el artículo Bringing to Light Misterious Maya Cave Rituals, publicado en la revista Discover por Will Hunt se centró en la hipótesis de que la razón por la que los antiguos mayas hacían sacrificios en cuevas profundas e inundadas con agua era la de una necesidad desesperada de lluvia, que nunca llegaba a lo largo de sequías prolongadas. El artículo cuenta cómo es que las sequías fueron unas de las causas más importantes del colapso de aquella civilización fascinante. La sequía –con las consecuentes malas cosechas, hambre y descontento político– ocupa el centro de atención.
Con ayuda de aquel artículo, el observador acucioso puede ver hay algo más allá de lo inmediato y evidente que es la sequía como causa del hambre. En Mesoamérica, la sequía ha sido una realidad desde tiempos de los mayas antiguos; pero no es lo importante. Puesto de otro modo: uno no llega mojado a una reunión porque llovió; sino porque olvidó el paraguas. Uno no llega tarde a una reunión porque hubo tráfico, sino porque no salió a tiempo. Uno no contesta el teléfono porque suena, sino porque quiere.
La sequía es un hecho o una circunstancia. Poco podemos hacer para que no ocurra. Pero lo que si podemos cambiar es como como enfrentarla. La sequía es un fenómeno dado que afecta la capacidad de satisfacer las necesidades de nutrición de miles de personas. Y ya a que las personas se nutren con alimentos, y que los alimentos son recursos económicos, la solución de largo plazo para los problemas que ocasionan las sequías son de carácter económico y responden a buenas políticas económicas. ¡Por supuesto que en el corto plazo hay que ayudar a las víctimas de las malas políticas económicas que las hacen vulnerables frente a las sequías!; pero, mientras que haya políticas que impiden la libre contratación entre empleados y empleadores; mientras haya impuestos que asfixian la formación de capital; mientras haya aranceles que impidan el libre intercambio; y en tanto el sector coercitivo de la economía sofoque al sector voluntario de esta, estas malas políticas económicas –y la malas filosofías que las hace posibles– son lo que está más allá y lo que los malos observadores no ven.
El trabajo y el ahorro, la capitalización y la empresarialidad de las personas son lo que produce alimentos; no la lluvia. Y cuando no hay lluvia aquí, y no hay alimentos acá, se pueden comprar acullá…si se tiene con qué, y si no hay obstáculos.
Es muy posible que una de las principales causas del colapso de la fascinante civilización maya haya estado íntimamente relacionada con el peso de mantener a élites improductivas, demandantes y dependientes sobre los hombros del resto de la población agrícola (Filipovich: 2014); peso que sería agravado por las sequías desesperantes mencionadas en el artículo de Discover. Si así fuera, ¿qué lección podemos aprender ahora? La de que no debemos distraernos por circunstancias como la falta de lluvias y que –en lugar de eso– debemos concentrarnos en acabar con las políticas económicas que les impiden a las personas trabajar, ahorrar, emprender, remontar la pobreza y prever las sequías que se darán y que no podemos evitar. Las sequías son fenómenos naturales generalmente inevitables; pero las hambrunas no. Las hambrunas tienen responsables; y los responsables son los fabricantes de miseria que promueven las políticas económicas generadoras y perpetuadoras de la pobreza.
Columna publicada en Mundo comercial