Anoche hubo un sorpresivo persimón en casa y como yo tenía como 12 años de no comer uno me emocionó mucho. Ahora son bastante comunes; pero antes no lo eran. Mi abuelita, Frances, compartía conmigo los suyos que le llevaba su comadre, Queta, cosechados del jardín de su suegro don Manuel, en Panajachel. La Abui, como le decíamos a mi abuela los comía crudos disfrutando de su dulzura y de su textura peculiar; o preparaba un puding que sacaba las lágrimas de lo delicioso que era.
Mi abuela, que tenía un green thumb casi infalible, nunca logró que las semillas delos persimones que comía germinaran y produjeran el ansiado arbolito.
La última vez que vi a alguien comiendo persimones, con gusto y placer extremo, fue a a don Franco en La Antigua. Don Franco era el propietario de un célebre restaurante llamado El Capuccino y uno de tantos días que llegué a almorzar él estaba disfrutando los suyos. Por más miradas que le eché, y a pesar de que me acerqué a elogiar sus persimones, no se le ocurrió ofrecerme. Y no es que fuera tacaño, porque él y su esposa, doña María, solían alegrar mi mesa con abundantes chiles jalapeños preparados en la casa para que yo comiera con panecillos horneados ahí.
En fin…tantos recuerdos buenos vinieron acompañando a este solitario persimón que me alegró mucho la noche.