Cuando leo que el éxito de las inversiones en etanol dependen de que su uso sea obligatorio para ser exitosas, la pregunta que se me viene a la cabeza es: Si el etanol es tan bueno, ¿por qué tiene que ser forzado?
En agosto de 2008, un grupo de Sugar Kings chapines aseguró que podrían invertir más en la producción de etanol, siempre y cuando exista una ley que les garantice el mercado para su producto.
Si el etanol es tan bueno, tan limpio y tan verde, ¿por qué deben forzar su consumo? Como a mí todo lo que es por la fuerza me da desconfianza, me alegro de que el Congreso guatemalteco haya frenado la ley del etanol.
Las reformas que pretenden los legisladores chapines son para hacer “la transición” más pausada y gradual; pero de verdad creo que lo que conviene es hacerla voluntaria. Si la cosa es tan buena como dicen, la gente la preferirá por barata y por rendidora.
Por lo pronto, quizás habría que meditar algunos hechos con respecto al etanol y los biocombustibles:
La apuesta a los biocombustibles es un juego de alto riesgo que los burócratas, viendo a corto plazo y alentados por grupos interesados, realizan no con patrimonio propio, sino con el esfuerzo y ahorros de la gente. El fracasado programa Pro-Alcohol en Brasil dilapidó 9.000 millones de dólares en subsidios.
Los biocombustibles, además, originan graves problemas ecológicos, al igual que otras fuentes renovables como el sol, viento e hidroeléctricas. Para generar 1.000 MW de electricidad, típico de una central nuclear, se requieren unas 600.000 hectáreas de cultivos de caña o maíz. Para generar la energía eléctrica que produce la central Itaipú mediante biocombustibles habría que cultivar más del doble de todo el territorio de Paraguay.
Un informe de las Naciones Unidas indica que el uso de maíz y caña de azúcar para producir biocombustibles puede ocasionar grandes hambrunas y miles de muertos. En Brasil, grandes superficies utilizadas para cultivos de subsistencia han sido reasignadas a biocombustibles y en muchos países el precio de los alimentos se ha incrementado.
Si estos datos le llaman la atención, seguramente querrá leer El etanol, la nueva religión; por Porfirio Crisaldo Ayala.