Yo soy el rey y lo que digo se hace. Lo que mi corazón concibe, lo ejecuta mi mano. Soy el cocodrilo que arranca, aferra y destruye si piedad. Las palabras no dormitan en mi corazón. La frase es de Sensuret, de la XII dinastía faraónica, citado por Carlos Samayoa Chinchilla en El dictador y yo; un libro que escribió sobre sus experiencias como funcionario del dictador guatemalteco, Jorge Ubico.
¿Adivine usted quién me las leyó hoy en la mañana mientras desayunaba
waffles con copetines? ¡Exacto! Cándido me dijo:
Lea usté. Alvaro “San Nicolás” Colom dice que él es la autoridá y que la gente tiene que alinearse a esa autoridá. Ya se parece al faraón aquel que Samayoa Chinchilla menciona en su libro sobre Ubico. ¡Já!, si no manda ni en su casa, ¿qué autoridá va a tener?
Yo no se lo de la casa, aunque sí se que según la percepción popular, la que manda y dispone -no sólo allá, sino en la esfera pública- es Sandra Evita. Sin embargo, una cosa sí es cierta: San Nicolás fue electo para un cargo de autoridad. Lo que pasa es que una cosa es ser electo para un cargo de autoridad, y otra muy distinta, pero muy distinta, es la de ganarse esa autoridad, conservarla y hacerla crece; y, peor aún, más distinto es el caso en el que la autoridad obtenida por razón del cargo, se pierda y se diluya por razón del carácter, de la falta de autoridad moral, o de la falta de méritos.
La autoriadad nominal por razón del cargo se obtiene; pero la autoridad de fondo, la que permite gobernar y la que viene de la autoridad moral, esa se gana todos los días. Y su existencia es tan precaria que para conservarla, cada día es uno nuevo, lo cual quiere decir que de poco sirven las ejecutorias pasadas. 365 días de ejecutorias brillantes en el ejercicio del poder, pueden venirse abajo y perderese totalmente por un día de irracionalidad, de delincuencia, o de desatinos.
Un gobernante puede ser el rey y puede ser el cocodrilo que arranca, aferra y destruye sin piedad y puede creer que los súbditos deben alinearse a sus deseos; pero si no tiene autoridad moral, si los electores y los tributarios no le reconocen autoridad alguna, seguramente ejerce algún nivel de poderío; pero es cuestionable si tiene autoridad. Por supuesto que la autoridad no debe ser confundida con la popularidad; la autoridad no es cuestión de masas, sino de criterios.
No creo que a
San Nicolás alguien le quite el mérito de haber sido electo presidente de la república; pero de eso a que tenga algún nivel respetable de autoridad hay distancia. Y, ¿por qué? Porque, como dice el
editorial de hoy en
Siglo Veintiuno, el Presidente pierde seriedad y pone en entredicho sus intenciones, aún en casos delicados como el de la Influenza A. Porque la gente ya se dió cuenta de que no había tal inteligencia para combatir la violencia. Porque casi no hay día del año en el que no haya escándalos de corrupción, o de ocultación de información por parte de su administración. Porque su administración está obsesionada con elevarles los impuestos a los guatemaltecos, a pesar de que sabe que estamos pasando por penas económicas. Porque usted puede hacer una lista larga de razones.
San Nicolás fue electo para un puesto de autoridad y en ese sentido en algo se parece a Sensuret; empero, y parafraseando una canción: La autoridad se le va, se le va, como el agua entre los dedos.