Es una de mis fiestas favoritas en el año, una de amigos y familia; una de aromas, sabores, texturas, sonidos y colores que te llenan de recuerdos:…y una de pólvora. Es la Nochebuena que, para mi, es la celebración del solsticio de invierno esos días en los que -aunque aquí no lo notemos- mucho más al norte las noches empiezan a hacerse más cortas y empieza a volver la luz.
Dicho lo anterior, algo que gozo mucho en esta fiesta es la pirotécnia; y aunque duró bastante, volvió a ser menos intensa que en otros años…incluso menos intensa que el año pasado. ¿Es señal de que económicamente las cosas están difíciles? Y si es así…de verdad espero que el año pasado el coheterío vuelva a sus niveles normales.
Como en otros años, en casa hubo open house y nos visitaron familia y amigos. Siempre es grato compartir y reírnos, recordar y reírnos, celebrar y reírnos. Y comer, claro. En casa el menú tradicional es pavo con el relleno que hacían mi bisabuela, Mami y mi abuela, Frances; ensalada Waldorf, la receta de Joy of Cooking, que era la que usaba mi abuela, Frances; y variedad de opciones dulces.
Hoy en la mañana desayunamos nuestros tradicionales tamal colorado y tamal negro de doña Estelita de Alburéz. Esta vez acompañados por un mincemeat pie, que era el pay favorito de mi padre. Para mí, el reto de los pays, siempre, es la pasta que a veces me sale muy bien, y a veces no, aunque uso la misma receta (el relleno no, porque es comprado, ja ja ja). ¿Cómo me salió el de hoy? ¡Casi perfecto!
Los tamales, algo serio
¡Quienes me conocen se han de imaginar llo que gozo cuando abro las hojas de maxán y me encuentro con los colores brillantes de estas delicias de la cocina guatemalteca! Al mismo tiempo, los aromas intensos de los tamales colorados y negros invaden mi cuerpo y mi mente y me llevan por un laberinto de recuerdos y alegrías. El momento culminante es cuando la masa gentil y el recado glorioso llegan a mi paladar.
Quienes visitan este espacio, desde hace tiempo, saben que valor mucho las tradiciones como formas de mantener puentes con los recuerdos, el pasado y con quienes nos precedieron; así como con el futuro y quienes nos sucederán.
En ese laberinto de recuerdos, tengo la dicha de acordarme muy bien de los tamales de mi bisabuela, Mami; y de los de mi tía Baby. Y los pequeños, de 2 x 2 pulgadas y perfectamente doblados que mi tía abuela, La mamita, nos hacía a los niños.
Los tamales de Nochebuena, en Guatemala, son colorados y negros. Cada región y cada familia tienen su propia receta de tamales; pero básicamente son de masa maíz y/o de arroz y el recado se prepara con tomates, chiles y aceitunas (aveces con semillas tostadas, como pepitoria y ajonjolí) y, en el caso de los negros, con chocolate y anís. Estos últimos son los más delicados de hacer para que sean bien balanceados. También pueden ser de cerdo, pavo, pato, gallina y pollo e incluso de res. Eso sí a mí me gustan más los de cerdo, y los de pato. En ciertas regiones -especialmente en la Costa Sur- no se usa el recado del altiplano, sino una especie de mole.
Los tamales tienen raíces precolombinas, y fueron elevados a la décima potencia cuando se le añadieron ingrediente de Occidente. Del Nuevo Mundo son el maíz, los tomates, los chiles, y las hojas de maxán en las que son envueltos. Los tamales negros, además, llevan chocolate. Del Viejo Mundo son las almendras, las pasas y las ciruelas.
La gracia de los tamales no está sólo en la masa y en el recado, sino en la forma de envolverlos y amarrarlos. Son una experiencia para todos los sentido. Un tamal que no ha sido envuelto y amarrado elegante y apropiadamente pierde algo de su encanto. A mí, por cierto, me gustan más grandes que pequeños, y me gusta que la masa no sea muy espesa.
Hacer tamales es algo muy elaborado. Hay que lavar y asar las hojas. La masa tiene su propia ciencia y es cocida tres veces de tres formas distintas. El recado lleva varios ingredientes que hay que asar y sazonar con mucho talento. Como siempre, el éxito de un tamal se halla en el balance de ingredientes, en la calidad de los mismos y en la pasión que se pone en ellos.
Desde mediados de los años 80, en casa comemos los de doña Estelita de Alburéz que son basados en la receta de su madre en San Martín Jilotepeque (en el altiplano), de modo que sus tamales son distintos a los de la Costa Sur y a los de Oriente, por ejemplo.