Durante la celebración del 20 de octubre los revolucionarios no ensuciaron el Centro, ni pintaron hoces y martillos, o frases de odio, como en otras ocasiones.
Esta evolución de los revolucionarios merece ser reconocida porque ¿qué necesidad hay de celebrar con inmundicia aquella ocasión histórica?; pero más que todo porque las hoces y martillos son íconos de una ideología que ha costado 100 millones de muertos en sus cien años de historia. Muertos frente a pelotones de fusilamiento, en campos de concentración, por las hambrunas, y así.
El viernes pasado, al atardecer, fui a la Sexta avenida a ver cómo había quedado y me sorprendí gratamente. Está por verse si se aguantan el 1 de mayo cuando también suelen hacer pintas.
Por cierto que los revolucionarios han estado haciendo esfuerzos por no darse color. Durante las jornadas de agosto de este año, las banderas rojas, las efigies del che Guevara y otras iconografías relacionadas desaparecieron de las manifestaciones.