Sobre Alejando Maldonado, Gloria Porras, Héctor Pérez Aguilera, Mauro Chacón, Roberto Molina, Héctor Trujillo y Juan Carlos Medina –magistrados de la Corte de Constitucionalidad– ha pesado una gran responsabilidad; la gran responsabilidad de preservar la República. Por eso, agosto de 2011 ha sido como septiembre de 1821, junio de 1871, marzo de 1920, junio de 1944, octubre de 1944, julio de 1954, o mayo de 1993.
Los magistrados han tenido la oportunidad de jugar el papel honroso que jugaron Pedro Molina, o Miguel García Granados; o el miserable que jugaron José El Zonto Bustamante, o Vicente Huevosanto Cerna. El papel que jugó Epaminondas González, o el indigno de Jorge Serrano.
Esto es porque lo que ha estado en juego no es la candidatura de Sandra Evita Torres, sino todo el sistema republicano que se basa en el respeto a la Constitución. Si los magistrados fallan en favor de aquella candidatura inconstitucional, ¿Para qué deberíamos tener Constitución? ¿De qué sirve la Constitución si va a ser cumplida, o no, según conveniencias políticas? Como la función de los magistrados de la Corte de Constitucionalidad es la defensa del orden constitucional, si ellos fallan contra la Carta Magna mejor sería que se eliminara la Constitución y que los magistrados se erigieran en monarcas absolutos. Y si eso ocurriera, ¿para qué servirían una Constitución y una CC?
Tú también has tenido responsabilidad. Tú eres el que paga las facturas y tú votas. Tú puedes ser actor en este proceso cívico, o puedes hacer como si no es contigo. Pero el problema con la última opción es que cuando tus nietos te pregunten qué hiciste en agosto de 2011 para defender la República, podrás sentirte orgulloso, o avergonzado. Es tu decisión, claro. Y poner Like en Facebook, no es suficiente. Tus nietos podrán oírte como tú oías a tu abuelo, orgulloso, contar sus historias de 1944; o tendrás que oírles decir: ¡Qué “coyón” fue el abuelo!
Y a mí, de paso, la actitud de la mayoría me recuerda una canción de La Trinca, que dice: Que noche la de aquel día/ aquello fue un melodrama/ pasamos la función/ todos bajo la cama./ No nos pongamos nerviosos./ El pueblo por lo visto/ dio muestras de gran madurez/ y una repentina invalidez./ Y así este pueblo tan maduro/ ¡Qué tragedia, qué sainete!/ se pasó toda la noche/ encerrado en el retrete/ escuchando el transistor,/ conmovedor.
Esta columna fue publicada por El Periódico.