En su columna de hoy, el estimado Alvaro Velásquez dice que la afirmación de que la pobreza es el estado natural de las personas, es de carácter ideológico, propia de la escuela austríaca de economía.
Empero, lo cierto es que, parafraseando a Alvaro de Laiglesia: todos nacemos desnuditos; y la riqueza hay que hacerla. Un terreno no es riqueza hasta que alguien siembra caña en ella, la cultiva, la corta y la convierte en azúcar que vende a quien la necesita. Una montaña llena de oro no es riqueza hasta que alguien lo descubre, lo explota, lo procesa y lo vende. Contrario a lo que mucha gente cree, la riqueza no está ahí, sino que la riqueza se hace. De ahí la frase hacer dinero, en la que por dinero se entiende valor. Hacer riqueza no es transferir dinero, sin hacerlo. Los saqueadores se pueden enriquecer, pero no hacen riqueza. Los emprendedores y los trabajadores, en cambio, hacen riqueza.
Aquello no es ideológico porque, no importa qué ideología sostenga uno, es un hecho que el oro que nadie sabe que está ahí, o el oro que nadie puede explotar, no enriquece a nadie. Los potenciales café, los zapatos y pasteles que sólo son semillas, cuero y harina-pero todavía no son pasteles- no enriquecen a nadie.
Velásquez dice que la riqueza no está bien distribuida; lo que quiere decir que la riqueza no está distribuida a su gusto. Lo cierto es que producción de riqueza y distribución de riqueza no son dos procesos separados abismalmente. Ocurre que cuando a Velásquez le pagan por su trabajo, si su trabajo es valorado con dinero, entonces su trabajo ha creado valor o riqueza, y esa riqueza le ha sido distribuida a él. El recibe valor, a cambio del valor que dio, y el valor que recibe es superior al valor que dio, porque si no, él no hubiera hecho el intercambio.
Cuando alguien produce café, zapatos o pasteles, crea riqueza donde antes sólo habían semillas, cuero y harina; y esa riqueza -que creó- le es distribuida.
A Velásquez aquello no le parece; y sospecho que ha de tener un plan -o conoce quien tiene uno- acerca de como redistribuir la riqueza de una forma menos natural y más de acuerdo con sus designios.
Eso no estaría mal si para ello no se requiriera el uso de la fuerza. Porque una cosa es producir e intercambiar riqueza de forma pacífica y voluntaria de acuerdo con relaciones contractuales; y otra es renegar de aquellos procesos y tratar de modificarlos para que se ajusten a lo que uno cree que debería ser. Y para ello es necesario tomar la riqueza producida por unos, aunque no quieran entregarla, para repartirla después de acuerdo con criterios ajenos a los legítimos propietarios de la riqueza. Y eso, claro, sólo se puede hacer como se hace: por la fuerza.