Mi vecino ha puesto una bandera nacional junto a mi ventana; y ¡me da mucho gusto verla ondear ahí! Empero, tengo sentimientos encontrados con respecto a los simbolos patrios y a lo que representan.
Me gustan la palabra libertad en el escudo nacional y la idea de que el quetzal es nuestra ave símbolo porque no puede vivir sin libertad. Me gusta la pureza de ideales que representa la monja blanca, y me gusta que la ceiba sea un árbol tan majestuoso y que en las monedas de 5 centavos esté acompañado por la frase: Libre crezca fecundo. Pero me siento muy incómodo con el colectivismo de los nacionalistas y de los patriotas; y me siento muy incómodo con su altruismo y con el carácter casi místico que le dan a la patria. Y, con todo y todo, yo amo a la mía porque es mía, porque aquí está enterrado mi ombligo, y porque me gustan sus aromas, sus sabores, sus texturas, sus sonidos y sus colores.
Porque creo que es oportuno, comparto con ustedes algo que escribí hace un par de años sobre este tema.
Muchos de nosotros valoramos los principios éticos, jurídicos y económicos de una sociedad de personas libres y responsables. ¿Notó el orden? Eticos, primero; jurídicos, despúes; y económicos, de último. Esto es importante, porque para quienes compartimos aquel ideario, la razón de ser de la defensa de la libertad se basa más en la capacidad de esta para preservar la dignidad de las personas, que en su eficiencia para producir bienes y servicios. Lo virtuoso, para nosotros, es aquello que contribuye a la vida plena, digna y feliz de las personas.
Esto nos lleva a que para muchos de nosotros son más importantes los derechos individuales de las personas, que los intereses colectivos de la clase, de la étnia, del gremio, de la sociedad, de la nación, o del estado.
Por eso nos enfocamos más en los derechos individuales iguales para todos, que en los intereses nacionales, o colectivos. Por favor, note usted que no he dicho que los intereses inviduales deban prevalecer sobre los intereses grupales. Esto es muy importante, para no caer en equívocos.
Desde mi punto de vista, los valores cívicos que vale la pena respetar son aquellos que contribuyen a la preservación de los derechos individuales; en contraposición a los valores cívicos que someten los derechos individuales a los intereses del estado, o, peor aún, a los intereses de los grupos que controlan el estado. En ese sentido es que la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad son principios que aprecio, pero el sacrificio y el nacionalismo no lo son; y sin embargo, estos dos son tenidos como principios rectores por algunos sectores de nuestra sociedad, y hasta por el estado, por supuesto.
¿Vió la pelítula The Patriot, de Mel Gibson? En ella el se ilustra cómo es que, para el protagonista, Benjamin Martin, la razón de su lucha patriota primero son su familia y su granja. Esa es una visión patriota compatible con el liberalismo. En contraste, en Gladiator, con Russel Crowe, Maximus sacrifica su vida y su familia por el Imperio (el estado); y en mi opinión esa es una visión nacionalista incompatible con el liberalismo.
Ocurre un sacrificio cuando uno entrega algo de gran valor en beneficio, o a cambio de algo de menor valor, o de ningún valor. El sacrificio no debe ser confundido con el costo que hay que pagar para alcanzar cosas de gran valor. Por ejemplo, si yo no voy a una fiesta porque me quedo estudiando, eso no es sacrificio. No lo es porque, si me quedo estudiando es porque yo valor más el estudio y los bienes que luego tendrá gracias a mis éxitos en el estudio, que lo que pudiera divertirme en una fiesta. El no ir a la fiesta es el costo que hay que pagar para obtener algo mejor en el futuro, no un sacrificio. Ir a la guerra a defender valores que no comparto; eso sí es sacrificio. Y generalmente se tiene como una virtud cívica servir a la patria en condiciones de guerra.
Como explica Alberto Benegas-Lynch (h), el nacionalismo está imbuido de relativismos, a tal grado de que se habla de la verdad alemana, o de la conciencia africana y cosas así. Los partidarios del nacionalismo hacen aparecer a la nacion como algo natural cuando en verdad consituyen constructos establecidos por la fuerza. Probablemente nada haya más antinatural que la delimitación de las fronteras que son el resultado de acuerdos entre partes beligerantes, luchas y conquistas, cuando no directamente de la rapiña. A este respecto, recomiendo el ensayo publicado por Benegas-Lynch (h) en la revista Laissez-Faire de marzo de 1995.
Benegas-Lynch (h) explica que todo indivuduo lleva una cierta combinación genética que no le pertenece más que a él y este es el punto de partida en la historia de cada uno. En definitiva la histora de los grupos no es lineal y homogénea: cada persona usa su libre albedrío de forma distinta y los movimientos migratorios y las correspondientes asimilaciones producen modificaciones adicionales que deben considerarse y tomarse en cuenta. El argumento de la historia común constituye una especie de petición de principios: si las naciones se constituyen por medio de la fuerza y además se establecen trabas migratorias de diversa naturaleza, es lógico que apareza una tendencia a la historia común. Pero las naciones nos deforman porque tienen una historia común, o más bien tienen una historia común porque el establecimeinto de una nación requiere de la fuerza y los obstáculos migratorios se encargan de fortalecer esa historia común.
Dice Benegas Lynch (h) que el nacionalismo pretende establecer una cultura alambrada, una cultura cercada que hay que preservar de la contaminación que ocasionarían aquellos aportes generados fuera de las fronteras de la nación. Se considera que lo autóctono es siempre un valor y lo foráneo un desvalor, con lo que se destroza la cultura para convertirla en una especie de narcisismo que cada vez se asimila a lo tribal que al espíritu cultivado que es necesariamente cosmopolita.
El afecto al terruño, a los lugares quen que uno ha vivido y han vivido los padres y el apego a las buenas tradicioens es natural, incluso la veneración a estas tradiciones es necesaria para el progreso, dice Benegas Lynch (h); pero una cosa es declamar un irrefrenable amor telúrico a personas y cosas con las que tenemos afinidad y cercanía, y otra distinta es hacer a un lado otras sólo porque están del otro lado de una frontera política artificial.
Yo comparto el punto de vista de Benegas Lynch (h). Y comparto la idea de que más valiosos que el orden, o que el respeto a los intereses colectivos, lo son la vida, la libertad y la propiedad de los individuos; así como su derecho a la búsqueda de la libertad, o el derecho a la búsqueda de la verdad (aunque esta ofendiera los valores nacionales, o los de la patria). Creo que la cooperación social pacífica, es más valiosa que la preservación forzosa de las fronteras nacionales, o que la imposición forzada de los valores, las tradiciones, o los ideales del grupo, o de los grupos que ejerzan el poder desde el estado.
Por eso es que, como muchos otros, siento más amor por la libertad, que amor por la nación. Es cuestión de prioridades, claro; o del orden de la escala de valores que cada uno de nosotros tiene, como individuo.