Tres remedios

Hace años dos amigos y yo tuvimos una empresa. Al poco tiempo de iniciar operaciones, llegó al negocio uno que había sido mi jefe y a quien le tengo muchísimo respeto y cariño. En la entrada puso su mano sobre mi hombro, me vio a los ojos y me dijo: “Luis, ahora su única responsabilidad es obtener utilidades”.

La frase y la mirada me golpearon duro porque tenía toda la razón del mundo. No sólo tenía que pagar la renta, cumplirle a mis proveedores, pagar los salarios de mis empleados y satisfacer y mantener contentos a mis clientes. También tenía que obtener utilidades para mis socios y para mí. ¡Muchas personas se beneficiarían del éxito de la empresa! Y muchos perdieron cuando fracasé en generar utilidades.

Les cuento esto porque la semana pasada escribí sobre la responsabilidad social empresarial, concepto que es el Caballo de Troya al que muchos empresarios de buena fe, y algunos empresaurios vergonzantes, le han abierto las puertas. Yo digo que de dicho caballo saldrán impuestos y barreras no arancelarias; pero lo peor de es que ya ha salido la creencia de que el empresario exitoso no es un beneficiario de la humanidad, sino un saqueador que debe “devolver” algo de lo que ha tomado.

Una de las primeras objeciones que leí, acerca de la idea de que la única responsabilidad del empresario es generar utilidades es que eso de las ganancias es aceptable a duras penas y que definitivamente no debe hacerse a costa de otros, o del bien común.

Olvidan, quienes sostienen aquellas objeciones, que una empresa exitosa en una economía de mercado, sólo puede serlo si opera con honestidad y si cumple sus contratos. Una empresa exitosa, en una economía de mercado, sólo puede serlo si basa sus operaciones en normas de recta conducta; y en una economía de mercado, la única forma en que el empresario puede tener éxito es satisfaciendo las necesidades de sus clientes y produciendo algo que los demás quieran y que prefieran comprárselo a él, en vez de comprárselo a alguien más.

Por eso es que todo empresario que da empleos y que tiene contentos a sus clientes, ¡y que encima tiene utilidades!, sin acudir al Legislativo, o a la casa de gobierno, debería ser un héroe, y no un penitente.

¿Y sabe usted qué? Que con sus utilidades, yo no conozco un solo empresario exitoso que no tenga por lo menos una obra de caridad favorita. Toda sociedad protectora, toda fundación y toda liga recibe generosas donaciones de personas que deciden compartir sus utilidades en lo individual y de manera voluntaria (y por eso es que también en forma virtuosa). ¿Se da cuenta? No habría nada que dar, si primero no hubiera ganancias. Y si la caridad no fuera voluntaria, ¿sería virtuosa?

Yo propongo tres remedios para aquellos empresarios que se sienten presionados para caer en la trampa de la RSE: el libro La buena empresa, que venden en el Centro de Estudios Económico-Sociales (teléfono 2338-7828); el libro Virtues in Verse: The Best of Berton Braley (que se consigue en Amazon); y el discurso de John Galt, en La rebelión de Atlas (que también se consigue en el CEES).

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