Conocí a Sophia, la robot humanoide más avanzada creada por Hanson Robotics. ¿Sabes qué es lo más impresionante, además de sus capacidades? ¡Su expresividad! Su rostro y manos transmiten emociones: puede sonreír, fruncir el ceño o parecer confundida. Para un niño como yo, que creció con el Robot de Perdidos en el espacio y Robotina de Los Supersónicos, Sophia es como su nieta. Es un sueño hecho realidad que personifica —nunca mejor dicho— las expectativas positivas de la inteligencia artificial y la robótica en filosofía, ciencia y tecnologia. Sophia hasta hace bromas… aunque su sentido del humor es…digamos…un poco robótico.
Mi curiosidad se alborota. Exagero un poco, pero me muero por ver qué hacen los niños con acceso a la tecnología que hace posible a Sophia. Y más aún, me muero por saber con qué tipo de filosofía y ética se aprovechará —o desperdiciará— esta innovación. Sophia es ciudadana de Arabia Saudita; pero, ¿de verdad un robot con IA debe tener ciudadanía? Si hay quienes creen que los animales tienen derechos, ¿puede un robot tenerlos? Mis respuestas cortas a las dos preguntas es No; pero, ¿qué piensas?
Algunos críticos dicen que Sophia es más un truco publicitario que una IA revolucionaria, porque sus conversaciones a veces parecen como de un guión. Sin embargo, seguramente es una herramienta que puede ayudar en áreas como la investigación, la educación y hasta la asistencia médica. Por ejemplo, podría interactuar con pacientes, o enseñarles a niños. Y también es una plataforma para explorar cómo los humanos interactúan con robots. De hecho, David Hanson contó que hay versiones baratas para usos educativos básicos.
Conocí a Sophia en su visita a la Universidad Francisco Marroquín el 5 de septiembre de 2025, gracias a la Volcano Innovation Summit y al Banco Industrial. Ese día Hanson conversó con ella, y los asistentes nos tomamos una foto con la robot, pero aún no la he conseguido. Lo que sí tengo claro es que Sophia no es solo un avance tecnológico: es un desafío a nuestras ideas sobre lo humano, lo ético y lo posible. ¿Y si el futuro ya no es ciencia ficción, sino una conversación cara a cara con una máquina que sonríe?


















