Cuatro, o cinco generaciones se cruzan frente a la alfombra que ayudé a hacer ayer, con unos amigos. Esto es lo que más me gusta de las tradiciones -aunque no esté de acuerdo con la filosofía de algunas de ellas-. Me gusta el encuentro entre generaciones; el establecimiento de vínculos culturales, históricos, familiares, y amistosos. La oportunidad de enriquecerse cultural y afectivamente. La ocasión de aprender acerca de costumbres y prácticas que no sólo son inmemoriales (en muchos casos), sino que ha adaptado, o que han permanecido prácticamente inmutables.
La anciana iba de paseo viendo alfombras como es la costumbre. Se detenía frente a las alfombras dos, o tres veces y sonreía. Mientras tanto, Sebastián se aseguraba de que la alfombra se mantuviera humeda.
De verdad les agradezco a mis abuelas, a mis padres, a mis amigos y a todos los que no sólo me enseñaron a disfrutar de las tradiciones y de la alegría de celebrarlas en compañía de quienes uno ama; sino que me permiten ser parte de ellas. ¡Mi vida es muchos más rica gracias a las experiencias, y a quienes me acompañan en el camino de vivirlas!
La de la foto es la alfombra que hicimos ayer con unos amigos en la Quinta avenida y Primera calle de la zona 1. Las alfombras son componentes propios e indispensables de las procesiones chapinas. En su libro, Alfombras de aserrín, Amelia Lau Carling cuenta que La semana antes del domingo de Pascua…los vecinos crean alfombras de aserrín teñido, de flores y de frutas sobre el camino de muchas procesiones. Año tras año las hacen con nuevos diseños. Año tras año las procesiones marchan sobre ellas, destruyendo sus dibujos al pasar. De niña en Guatemala, mi hogar era el de una familia china que se aferraba a sus costumbres. Pero la semana santa era una temporada como ninguna otra hasta para una familia china tan tradicional como la nuestra. Con los vecinos nos juntábamos en las aceras para admirar las alfombras antes de que los cortejos caminaran sobre ellas. Viendo las procesiones, yo sentía que la historia que narraban ocurría ahí mismo. Y la belleza de los breves tapices creados con tanto primor se ha quedado grabada en mi corazón.
Elegí este relato porque Amelia expresa muy bien mis propios sentimientos frente a las alfombras; porque la familia de Amelia vivía en la Quinta Avenida de la zona 1, a unas cuadras donde vivía mi tatarabuela, Gilberta y su familia; y porque este año –por primera vez en mi vida– estuve algo involucrado en la elaboración de una alfombra de aquellas.
Al describir el proceso, Amelia cuenta que Primero puso una capa de aserrín natural y la regó con agua. En seguida sus ayudantes dibujaron sobre ella las figuras de aserrín coloreado. Se encaramaban sobre tablas para alcanzar los lugares que debían adornar sin estropear lo que ya habían hecho. Con un colador y unos esténciles de cartón, pasaban finas lloviznas de colores. Cuidadosamente medían los diseños, siguiendo las instrucciones…luego otro ayudante pasaba por toda la alfombra con una regadera muy fina de agua, “pish, pish”, para que el aserrín quedara bien plano. Ay, que linda era. ¡Parecía una alfombra de verdad!
Luego de elaborar la alfombra, y antes de que pasara la procesión de La Recolección, doña Yoli nos invitó a almorzar los tradicionales bacalao a la vizcaína y torrejas. El de la foto es el equipo que elaboró la alfombra frente a la casa de doña Yoli.