30
Nov 08

80% de cuenteros, por no decir mentirosos

Ocho de cada diez guatemaltecos dice no ser supersticioso; sin embargo, 77.5% de ellos no entraría a un cementerio en altas horas de la noche. En esa misma dirección 86.3% sí cree en los milagros, 54% cree que los sueños son presagios, 51.5% cree en el diablo, 55% conoce a alguien que ha escuchado el grito de La Llorona. ¿Entonces? ¿Son, o no son? Por cierto que yo soy de los que conocen gente que ha oído a La Llorona.

Esto de los chapines que no son supersticiosos me recuerda un sondeo que vi en Antena 3, o en TVE. La reportera le preguntaba a la gente si era racista, o no; y, adivine usted qué contestaba la gente. Pues contestaba que no. Y luego, la reportera les preguntaba a los entrevistados si estaban de acuerdo, o no, con que sus hijos se casaran con alguien de raza negra. Y la gente rápidamente salía con distintas razones por las cuales eso no era conveniente. Que por los hijos, que porque la gente es mala, que porque la sociedad no entendería, que porque las cosas ya son difíciles como para complicarlas más, y qué se yo.

Lo cierto es que así, en abstácto, pocos están dispuestos a admitir que son supersticiosos, o que son racistas; pero, en lo concreto, cada quién busca sus motivos.


03
Sep 07

Las deliciosas pitayas

Anoche comí pitayas, de postre. A mi me gusta cortarlas en cubos, esparcirles azúcar y sazonarlas con algo de Triple Sec.

Las pitayas chapinas contrastan notablemente con sus primas asiáticas que mostré hace poco. Por cierto que mi amiga Justine contó que en Asia les llaman Frutas Dragón, y si uno ve bien la de la izquierda, puede imagnarse por qué.

Cuando las comía, me acordé de una historia que leí cuando estaba en la Primaria. Esta es la de una cueva que estaba habitada por murciélagos, y de la cueva salían ríos de sangre.

La gente, por supuesto, tenía mucho temor de la cueva y de los murciélagos; miedo que se hacía espantoso si tomamos en cuenta el vampirismo que implicaba la abundancia de sangre.

Resulta, claro, que todo tenía su explicación. Los murciélagos en cuestión consumían muchas pitayas y por lo tanto su orina y sus excrementos salían coloreados. Al mezclarse estos con el agua que corría en la caverna, parecía que de ella salían ríos de sangre.

No recuerdo si la cueva quedaba en Honduras, o en Guatemala, pero quizás alguien puede ampliarnos más información sobre esta historia.