1. Junto al Monumento a los Próceres de la Independencia de Guatemala, popularmente conocido como El Obelisco, hay una caja de concreto y vidrio blindado dentro de la cual hay una cosa toda sucia que, si uno ve de cerca, reconoce que es un libro. Pero no es cualquier libro. Esa cosa con la pasta reventada por el sol y cubierta de cochambre, es la Constitución Política de la República de Guatemala.
¡Eso sí no es cualquier edición de la Constitución! Según la placa que acompaña al objeto, “es el texto original”.
El fin de semana pasado estuve allí; y oí que un niño le preguntaba a un adulto que qué es eso que está en la caja. Y el adulto le contestó que es “un libro”. Yo creo que fue más por no entrar en detalles, que por ignorancia; pero que triste es que la Constitución chamuscada de Guatemala no merezca mayor comentario. Que triste que ni el Ejecutivo, ni el Legislativo, ni la Municipalidad se hayan percatado del aspecto impresentable que ofrece texto original de la Carta Magna chapina.
Casualmente, ese fin de semana, en El Tiempo, de Bogotá, Carlos Caballeros escribió una columna titulada ¿Aceptamos el mercado y el Estado de Derecho? Su hipótesis, que comparte con Fernando Enrique Cardoso, es que “las sociedades latinoamericanas continúan presentando sus vicios de siempre, la corrupción, la fragilidad institucional, las carencias en educación, en vivienda o en sanidad, el clientelismo, la incompetencia política” porque “en América Latina no hemos aceptado realmente la economía de mercado” y porque “tampoco se acepta el Estado de Derecho”.
Aquello tiene sentido porque una y otro, la economía de mercado y el Estado de Derecho, son consecuencias del mismo fenómeno: la existencia de instituciones fuertes y aceptadas por todos. Y en Guatemala, la Constitución cochambrosa del Obelisco es la manifestación física del desprecio que los chapines tenemos por las instituciones y por las leyes (entendidas estas como normas generales, abstractas e impersonales de conducta justa; en oposición a las reglamentaciones, o normas particulares y específicas).
Estado de Derecho y Constitución van de la mano porque en el primero el ejercicio del poder está sujeto a la majestad de la ley; no al revés. El Estado de Derecho consiste en la limitación de las funciones del Estado por medio de la ley y del respeto a los derechos individuales de todos por igual.
Keith S. Rossen dice que la mejor explicación de los fracasos constitucionales en América Latina se debe la cultura jurídica de los latinoamericanos. Y por cultura jurídica quiere decir “el juego de valores y actitudes del lego y del profesional con respecto al derecho y al papel que juegan los procesos legales en una sociedad”. Y la nuestra, dígame usted si no, ha estado plagada de privilegios y leyes especiales, así como de falta de realismo. De hecho, los legisladores chapines tratan constantemente de construir una sociedad a fuerza de normas específicas y particulares (aún en la mismísima Constitución), según soplen los vientos y las demandas de los grupos de interés.
Por eso es que no debería extrañarnos que el texto original de la Ley Fundamental chapina esté cubierto de diesel, de polvo y de otras suciedades. Por eso no debería parecernos raro que los ciudadanos pasen junto a ella con indiferencia casi total.
Es un hecho que, como dice el proyecto de ProReforma “la persistencia de nuestros problemas no se debe a la falta de ingeniosos modelos adoptados por consenso, sino a que una constitución reglamentaria, como la que está en vigor, le encarga al Gobierno resolver todos los problemas habidos y por haber”.
2. Mojito: ¿En qué se parece la reforma agraria cubana al Vaticano? En que en cincuenta años, sólo ha producido cuatro papas.
Publicada en Prensa Libre el sábado 4 de noviembre de 2006.