Los precios tope y los subsidios eran prácticas comunes durante los gobiernos de Arana, Lauguerud, Lucas y Ríos Montt. Y la administración socialdemócrata está por darnos, a los chapines, una arrastrada por el tunel del tiempo que nos llevará de vuelta a los años 70.
Hoy amanecimos con la novedad de que “El presidente Álvaro Colom decidió implementar un paquete de medidas económicas que incluiría fijar precios tope y subsidiar algunos productos, para paliar la crisis ocasionada por el incremento a los precios de la canasta básica”.
Los que tenemos memoria, y los que ya hace ratos que nos alumbra el sol, recordamos a qué llevaron los precios tope. ¿Recuerda, usted, cuando los panitos eran así de chiquitos? ¿Recuerda cuando las baterías, el papel toilette, la Incaparina, y otros productos básicos desaparecieron de los supermercados? ¿Recuerda que la industria lechera fue asesinada por los precios tope?
Aquí, y en la Cochinchina, los precios tope son una mala idea porque desincentivan la producción. Y son una peor idea porque obligan a la administración a multiplicar el uso de la fuerza contra la sociedad. Privan a los consumidores de productos que necesitan; ahogan a los productores y los orillan a la quiebra, o a quebrantar la ley. Multiplican la necesidad de burócratas contralores y supervisores. Como en una perinola maldita, todos pierden con los precios tope.
La administración socialdemócrata amenaza con subsidios, política setentera que manda mensajes confusos a los consumidores. Abarata artificialmente los productos subsidiados y alienta su consumo irracional sobre la premisa falsa de que su costo es bajo. Engaña a los consumidores y los lleva a tomar decisiones que de otra forma no tomarían, si tuvieran la información correcta sobre los precios. Beneficia artificialmente a productores que, si no tuvieran el apoyo de los pipoldermos*, se verían obligados a resolver sus problemas de costos.
Como en una perinola maldita, todos pierden con los subsidios.
*Pícaros políticos que por el momento detentan el poder.