En Guatemala vivimos de ficciones. Ayer leí que la PGN reconoció que once fincas ubicadas en la biósfera maya, que se las habían apropiado personas particulares, han sido recuperadas sólo en papel, ya que en la realidad están en poder de 38 grupos de invasores. Esta es la misma PGN que supervisará el control absoluto de las adopciones en Guatemala. Y si así como les va con las fincas, les va a ir con las adopciones, el futuro de los niños abandonados se pinta mal.
Aquí, en este bello paisaje el estado es dueño del subsuelo, supuestamente para el bien común. Y lo que resulta, en realidad, es que los propietarios del suelo han sido despojados de la propiedad del subsuelo y de sus riquezas, y han sido condenados a padecer la pobreza, mientras viven y trabajan sobre potenciales fuentes de enriquecimiento. El dueño de un terreno en Texas se hace rico si encuentra petróleo en su tierra, en tanto que el dueño de un terreno en Guatemala, sigue pobre si encuentra oro negro en su terreno. ¿Por qué? Porque el chapín no es propietario del subsuelo.
Los guatemaltecos hablamos de partidos políticos, cuando lo que tenemos son roscas y maquinarias electoreras. Un partido político, propiamente dicho, funciona como intermediario entre los gobernantes y los electores y los tributarios, y es una plataforma para la discusión de ideas y de políticas públicas. Sin embargo las organizaciones que conocemos como partidos son grupos de amigos que se asocian para llevar a alguien al poder; y una vez alcanzado ese propósito, o habiendo fracasado en el intento, esas organizaciones se consumen.
Así le pasó a la DCG, que por mucho fue el partido más grande y mejor organizado de su tiempo, y que luego de llevar a Vinicio Cerezo al poder se consumió en la corrupción y en la gran parranda que fue aquella administración para terminar malviviendo, a duras penas, hasta nuestros días. La UCN fue un castillo de naipes que se vino abajo con el asesinato de Jorge Carpio. El MAS fue un estornudo que se hizo nada como consecuencia de los delirios de Jorge Serrano. El PAN, luego de llevar a Alvaro Arzú a la presidencia, no aguantó la primera derrota de Berger y en estas elecciones sólo le faltó irse a parar a la Diecisiete calle de la zona 1 para ver si alguien le hacía el favor. El FRG, tras la escandalosamente corrupta administración de Alfonso Portillo, se diluye poco a poco en la medida en que el patriarca Efraín Ríos Montt se hace más y más irrelevante.
El PU, el CASA y el PP son poco más que clubes de amigos. El primero gira alrededor de Arzú; el segundo lo hace alrededor de Eduardo Suger y el tercero alrededor de Otto Pérez. Otros grupos como la URNG, la ANN, el MAIZ y EG, cuentan entre su dirigencia con varios exguerrilleros y con simpatizantes de la exguerrilla. Entre ellos hay tantos rencores, tanta amargura, y tantas cuentas pendientes, que se atomizan cada vez que pueden. Y la UNE no es más que la necedad de llevar a Alvaro Colom a la presidencia.
En Guatemala, las organizaciones políticas que nosotros llamamos partidos tienen una vida máxima de 20 años; pero aunque vivieran 50, su contribución a la madurez política de los electores y de los tributarios sería casi nula. El problema, una vez más, es que vivimos una ficción. Una rosca electorera, no es un buen intermediario político y no es una plataforma de discusión apropiada para fundar una democracia, ni un estado de derecho.
Quizás los guatemaltecos deberíamos dejarnos de quimeras y de ficciones. Los políticos chapines, presionados por la comunidad internacional y por “los países amigos”, en connivencia con los intereses de numerosas ONG, están abdicando a la facultad de gobernar. Y el primer paso para esta declaratoria de autointerdicción política es la CICIG. ¿Qué otra ficción vendrá después?
Ahora bien. Todo esto no ocurre en el vacío. Ocurre porque muchos creen que las cosas no pueden cambiar, y porque permiten que ocurra. ¿Y usted, qué piensa?
Publicada en Prensa Libre el sábado 1 de septiembre de 2007