Los cultunazis salieron de cacería y la agarraron contra un bar de roqueros. El rock no es my scene y no conozco el lugar en cuestión; pero hoy leí que Lucía Escobar habla sobre algo que también ya ha mencionado la bitácora Fe de rata: la persecución contra un bar de la zona 1 llamado Bad Attitude.
Escobar dice que hace unos meses comenzó un acoso de parte de la Multisectorial, la SAT y, -algo increíble- el Ministerio de Cultura y Deportes para obligarlo a cerrar el local. Le achacan anomalías, pero los policías que llegan semanalmente a “visitarlo” nunca le han encontrado nada irregular. Como el propietario tiene todos sus papeles en orden, ahora le han dicho que: ¡El rock no es cultura! No me debería extrañar en una sociedad en la que cualquier signo de diferencia, de autonomía y rebeldía es visto como un delito.
Y en Fe de rata se explica que los argumentos que tiene abierto el bar son tres: 1. El rock no es cultura. 2. Por ser rock no ha aportado nada al Centro Histórico. 3. Se pide una investigación de los ingresos porque se cree que el propietario pueda vivir del bar.
Los roqueros que favorecen la planificación urbana y la zonificación deberían echar pan en su matate. Esto es lo que pasa cuando los ciudadanos le dan a las autoridades la facultad de decidir qué aporta, y que no aporta a una zona urbana. Los roqueros que favorecen el control político de la cultura y la asignación política de fondos tomados de los tributarios, para la cultura, deberían echar pan en su matatate. Esto es lo que pasa cuando los ciudadanos les dan a los políticos la facultad de decidir qué es cultura, y qué no. El precio de la libertad es su eterna vigilancia.
Yo creo que es una estupidez decir que el rock no es cultura; y por eso no me extraña que los publicanos y la Multisectorial y el Ministerio de Cultura (hágame usted el favor) dispongan perseguir a los roqueros. Al final de cuentas -aquí y en la China, y hoy y en los años 70- cuando hay un grupo de personas que tienen el poder para imponer sus valores sobre otros, van a intentar hacerlo. ¡Por eso es que nunca, nunca, nunca, debemos darles a otros el poder que necesitan para hacerlo!
No se trata de elegir buenas personas para que ejerzan el poder. La clave está en no darles el poder, ni siquiera a las buenas personas.