¿Verdá que vos eras mi amigo? ¿Verdá que vos eras mi hermano? Así me preguntó y de sopetón, Armando, en el Hogar Rafael Ayau. El chiquillo ese, de 5 años de edad, me sacó las de cocodrilo. Se me hizo un nudo en la garganta y por ahí, a duras penas, pude decirle Si vos, somos amigos y hermanos.
¡Ala gran diabla!, ¿cómo pude dejar de ir durante más de un año al Hogar? A Armando lo conocí cuando parecía un Teddy Bear notablemente más grande que los demás niños de su edad. Notablemente más grande y taciturno, pero con una estupenda sonrisa que, cuando se dejaba ver, le brillaba en los ojos y se tornaba, rápido, en carcajada.
Pero Armando no hablaba y generalmente daba la impresión de que no quería ser molestado. Así que yo tenía la idea de que no le daba mayor importancia al hecho de que le prestara atención. Por eso me sorprendió mucho -y me conmovió mucho- ahora que no sólo me recordaba, sino que me recordaba como su amigo y hermano. Y me dio mucho gusto oír su voz y ver que puede hablar como cualquier otro niño de su edad.
Samaris era una chiquilla pequeñita que daba la impresión de siempre estarse tropezando con algo, o con sus propios pies. Y el sábado, cuando se me acercó y me dio un abrazo apretado, apretado, vi que había crecido bastante; y no se cayó ni una vez durante todo el tiempo en que anduvo por ahí corriendo y brincando con sus compañeras. Lo que si se cayó fue su esperanza de ser adoptada.
Después de dos años de no verlos, los niños y niñas que -luego de la Ley Antiadopciones- quedan en el Hogar Rafael Ayau han crecido como crece cualquier niño saludable y criado en un ambiente sano. Sara ya está en la universidad, la mayoría de las niñas grandes están aprendiendo en una carpintería profesional de primera, Samuel se pegó un estirón impresionante y Kevin -a quien apodamos Ratatouille– tiene brackets para salvar sus dientecitos. Miniedgar no ha crecido ni un geme; pero juega y sigue instrucciones como si no tuviera un problema de sordera.
El más impresionante, sin embargo, es René. El pequeño René vivía recluido en su mundo interior, se daba golpes en la cabeza, no hablaba, y aunque andaba erguido, tenía dificultades extremas para moverse. Era muy delgado y la última vez que lo vi estaba acurrucado en un rincón, cual gato asustado, lejos, lejos, lejos de todo. ¡Ese no es el René que vi el sábado! Todavía no habla, y es posible que nunca lo haga; pero aunque se mueva con alguna dificultad, juega y participa en las actividades con los demás niños. Es evidente, por su mirada y por sus actitudes, que entiende bien lo que se le dice y lo que está ocurriendo a su alrededor. René ya no vive en sí mismo, sino que vive en el mundo que todos disfrutamos. Me cuentan las niñeras que René se baña y se viste sólo. René no está gordito, pero ya no se ve flaco.
René fue sacado de un mundo oscuro y de soledad, y ahora -aún con sus limitaciones- ese chico te da unos abrazos que no puedes sino apreciar como algo lleno de vida, de luz y de alegría.
Mientras tanto, Emanuel y sus dos hermanos, que ya tenían familia siguen esperando a que la ley antiadopciones termine de ser una pesadilla. Y los demás…están al buen cuidado de las madres Inés, Ivonne y María.
El sábado, con un grupo de amigos, asamos salchichas y marshmellows con los niños. Y la pasamos re bien. Yo salí muy agradecido y lleno de abrazos y sonrisas.