¿Qué harías si tuvieras que rehacer tu vida? Quizás recoger los pedazos y armarla de nuevo. En Diálogo de conversos, Mauricio Rojas y Roberto Ampuero conversan en torno a su evolución política desde el marxismo militante en los años 60 a las ideas liberales clásicas que hoy cultivan y difunden.
Las experiencias de ambos no son de escritorio, ni de hotel de cinco estrellas. Ninguno de los dos fue parte de la gauche caviar. Ambos lucharon -donde se lucha- y le vieron de cerca el rostro al socialismo, primero atraídos por sus cantos de sirena y luego repelidos por sus verrugas y sus ojos legañosos.
Uno se engancha fácil en la lectura de esta conversación; especialmente en las primeras tres cuartas partes del libro, llenas de momentos desgarradores intelectual y sentimentalmente. Mientras leía el Diálogo entre conversos yo pensaba de cuando en cuando: Cuántas vidas de jóvenes chapines se hubieran salvado -de muertes inútiles y yermas- si hubieran leído a Rojas y a Ampuero en los años 60, 70, y 80. Y de cuando en cuando me preguntaba: ¿Les hubieran creído a Rojas, o Ampuero cuando les advirtieran que el partido mentía, manipulaba y buscaba un activismo suicida?
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De paso, Jorge Bergoglio acaba de referirse a la relación entre el cristianismo y el comunismo; y Mauricio Rojas, en Diálogo de conversos, nos ofrece estas meditaciones: me gustaría desarrollar un poco más la cuestión religiosa, ya que de ella depende, en gran medida, la universalidad del marxismo, es decir, su capacidad de apelar a un sentimiento que es connatural al ser humano con independencia de su tradición cultural. La gran propuesta del comunismo moderno es la instauración de un paraíso terrenal que, en todo sentido, rescata la promesa esencial de toda la tradición judeocristiana acerca de un reino celestial donde se realiza el sueño de una comunidad absoluta, en la que no existe ni lo tuyo ni lo mío, ni envidia, luchas entre los seres humanos, enfermedad o pobreza. En suma, donde se vive la plenitud del reencuentro con el Creador y la salida definitiva de la precariedad y el dolor a nuestra condición terrena.
El orden celestial es, sin la menor duda, un orden comunista donde todo se comparte y nadie podría llegar a imaginarse que allí existe la propiedad privada o cualquier cosa que nos separe a los unos de los otros. Esa es la gran expectativa en que se funda nuestra tradición religiosa y por ello su actualización marxista-comunista no podía dejar de remecer poderosamente nuestro imaginario colectivo. Al mismo tiempo, no es difícil otra vida está presente en prácticamente todas las culturas y es fácilmente reconocible en el Valhalla nórdico, el Hanan Pacha de los incas, el Nirvana budista o el Reino Celestial chino.
Food for thought, ¿verdad?