Etnias y disidencias, brechas en el espectro indígenista

 

Vayan a mandar a su casa, a su territorio les dijo una miembro de la alcaldía indígena de Palín a dirigentes de los 48 cantones de Totonicapán que participaban en las manifestaciones del 3 y 4 de noviembre pasados.  Esta bendita tierra, y mírenla bien, esta tierra es pocomam, ustedes quieren mandar, vayan a mandar a su casa, a su territorio, añadió.

Nos van a cortar [el micrófono] porque no estamos políticamente correctas, denunció aquella dirigente, cuando miembros de otras organizaciones que se hallaban en el lugar intentaron persuadirla de que dejara de hablar.   

¿Quién puede enarbolar esta bandera con propiedad?

Lo que ocurrió en aquella tarima, en la Plaza de la Constitución no es novedad; pero es muy ilustrador.  Hizo evidentes las diferencias profundas y anchas que hay entre las distinta etnias, dirigencias y movimientos indigenistas a pesar de todos los esfuerzos -que van desde la propaganda, hasta la academia- para construir lo maya, como si fuera una unidad con comunidad de intereses y visiones colectivas.

Cuando tomé la clase de Partidos Políticos de Guatemala, en el en ICPS de la URL, recuerdo una lectura acerca de los intentos por formar un partido indígena nacional, posiblemente en los años 60, o 70, esfuerzos que resultaron infructuosos debido a rivalidades enraizadas profundamente en la historia, a diferencias ideológicas y políticas, e incluso por disputas personales por posiciones de poder. 

Para quienes estamos familiarizados con el individualismo metodológico y con la praxeología, así como con el análisis económico de las decisiones públicas, aquello no sorprende.  Es la visión colectivista del mundo la que hace creer a algunas personas que los individuos que forman parte de los grupos sociales como el de los indígenas, por ejemplo, deben pensar como indígenas y sólo como indígenas de acuerdo -y esta es la clave- de acuerdo con los cánones fijados por las dirigencias piramidales de aquellos grupos.  Quien se aparte de aquella ortodoxia -bien estalinista- es un vendido.  Y el vendido siempre es el otro.   En aquel contexto, las disidencias son muy mal vistas.

¿Por qué cabe el termino estalinista?  Porque para cuando murieron Marx y Engels era evidente que los proletarios no se estaban depuperizando como la teoría marxista científicamente aseguraba que iba a ocurrir. También era evidente que los proletarios  no estaban interesados en hacer la revolución como aquella teoría científicamente había afirmado que iba a ocurrir.

Eduard Bernstein heredero intelectual y sucesor de aquellos dos pensadores se dio cuenta de que la teoría científica del socialismo real estaba haciendo aguas por todas partes y se planteó la disyuntiva: ¿Qué es más importante, hacer la revolución para acabar con el capitalismo, o mejorar las condiciones de vida y de trabajo de la gente?  El opto por la segunda y fue tachado de revisionista y de traidor.  Lenin también se dio cuenta de aquel fenómeno y para resolver la complicación decidió que, a falta del interés revolucionario de los proletarios, la revolución iba a ser llevada a cabo por la vanguardia del proletariado que eran él y sus amigos revolucionarios de tiempo completo.

Stalin, implantó una dictadura hecha de acero para desanimar y aplastar todo pensamiento que cuestionara los cánones bocheviques; y de ahí los gulags y otras formas de represión espantosas.  Política que hizo que el cráneo de Trotski se encontrara violentamente con un piolet.

Para ir haciendo la historia corta, no se terminaban de resolver las fallas fundamentales en la teoría marxista; porque en China, Mao no tenía proletarios e hizo su revolución con campesinos, una falla en la matrix con la que el marxismo también se encontró en otras partes de Asía, en África y en Hispanoamérica. 

Para resolver el apuro la Escuela de Fráncfort se puso creativa y enriqueció la teoría marxista mediante el truco de que, si bien la lucha de clases entre proletarios y burgueses nunca iba a ocurrir como la habían vaticinado Marx y Engels, lo cierto es que en las sociedades siempre había colectivos de oprimidos y de opresores.  ¡Y ya no hacían falta los proletarios!…la revolución la iban a hacer los oprimidos.  Los indígenas, por ejemplo.

Pero, claro, para eso se necesitaba que los indígenas tuvieran conciencia de oprimidos, así como los proletarios deberían haber tenido sus conciencias de clase.  Y de aquí la necesidad de que enfrentamientos como el de la doctora Arana y los 48 cantones sean acallados, o que por lo menos no reciban atención mediática.  Aquellas grietas y tensiones ponen en evidencia que la posición de los distintos grupos y millones de individuos indígenas no son un bloque como hecho de hierro estalinista.

Para la próxima administración todo aquello es un camote; porque estando su origen en un movimiento -y no en un partido propiamente dicho- tiene dentro de sí la más variopinta cantidad de intereses específicos y visiones particulares de los colectivos que conforman el movimiento, muchas veces irreconciliables y muchas veces demasiado acostumbradas a la oposición, a la barricada y al graffiti, más que a buscar puntos de encuentro desde el poder.

Finalmente, está sobre el tapete la cuestión de si las dirigencias cakchiqueles, quichés, pocomoames y otras tienen, o no la representación de los tzutujiles, ixiles, y queqchies por mencionar tres.  ¿Las representaciones colectivistas, representan a los individuos de aquellas etnias? ¿Quiénes tienen el carné vigente de revolucionarios?

Columna publicada en República.

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