Lecciones de Lysol: el lado B de la libertad comercial

 

El mercado es maravilloso.  Durante los encierros forzados del 2020 hubo escasez de Lysol; y, ¿qué hizo algún emprendedor chispudo? 

En vez de traerlo de los Estados Unidos de América de donde la cadena de distribución no estaba funcionando, trajo aquel producto desde Francia, al otro lado del océano Atlántico.

Como consecuencia de aquella iniciativa el Lysol siguió disponible para los consumidores chapines; y la escasez sólo se sintió por unos días.

Ese fenómeno ocurre cuando se respetan el comercio y a los consumidores.  Ocurre cuando se deja hacer y se deja pasar, sin interferencias de carácter político.  El fenómeno de reabastecimiento, razonablemente rápido, fue posible gracias a que no hubo precios tope, no hubo regulaciones y no hubo una concentración artificial de la importación.

El precio tope para mascarillas no funcionó porque todo el que quiso trajo mascarillas por donde pudo; los precios de los primeros días se desplomaron y estoy seguro de que -por lo inciertas que eran las regulaciones en aquellos días- más de alguien todavía tiene mascarillas embodegadas que nunca pudo vender.

El ejemplo del Lysol comprueba que donde se permite el libre tránsito comercial -incluso en medio  de una crisis- ahí no falta lo que la gente necesita.  

¿Sabes qué noté? Que las boquillas en Francia no son elegantes como las gringas.  Supongo que eso es algo europeo, ahorrar en cuestiones que les parecen superficiales.

¿Se vale quejarse de algo? Sólo está viniendo -y ocurre también con el Lysol gringo- el aroma que se supone que es el de ropa limpia; pero a mí no me agrada. Extraño muchísimo el aroma original de ese producto.

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