La primera vez que participé en un centro de votaciones, a cargo de un grupo de mesas electorales, fue en las elecciones generales de 1982. Ahí vi la importancia que tenían el conteo físico de los votos y las actas repartidas entre los tres miembros de las juntas electorales y los representantes de los partidos. También vi la importancia de que los miembros de las juntas fueran personas como tú y yo.
Participé, también, durante la elección de diputados para la Asamblea Nacional Constituyente, en 1984; y para los primeros comicios generales bajo la nueva Constitución, en 1985. El conteo físico de votos, a la vista de los fiscales y los miembros de las juntas electorales; así como la verificación física de que el DPI corresponda al votante y la de que este se halle efectivamente en el padrón son garantías confiables de que va a ser respetada la voluntad de los electores. Al cotejar las actas físicas de por lo menos tres personas por mesa es imposible hacer fraude.
Eso no ocurre donde la identificación del elector y la expresión de su voluntad electoral son registradas en línea, mediante un software sobre el que sólo sus fabricantes (y quien sabe quién más) tiene el control. ¡Imagínate, por ejemplo, que los votos de una elección chapina los controlara un software chino, por decir algo! ¿Quién tendría el control sobre los resultados de esos comicios?
Pregunto, primero, porque recuerdo una frase de Lenin: No importa quién vota, sino quién cuenta los votos.
Pregunto, segundo, porque el martes, en dos reuniones diferentes, con personas diferentes, escuché que hay planes del Tribunal Supremo Electoral en la dirección de que los sufragios sean electrónicos, en las próximas elecciones. ¿Es eso cierto? ¡Que peligroso!
Yo digo que en vista de lo que ha ocurrido en elecciones venezolanas, y en los mismísimos Estados Unidos de América, por ejemplo, es mala idea abandonar -en Guatemala- el sistema que nos ha provisto de elecciones limpias en ocasiones anteriores. La verdad es que no necesitamos resultados veloces y electrónicos, sino resultados confiables, transparentes y que respeten la voluntad de los electores.
¿Qué piensas?
Columna publicada en elPeriódico.