En el Popol Vuh, al referirse a la sexta generación de reyes quichés se menciona a Pamacá o Zacualpa. La semana pasada salimos a pueblear y visitamos ese hermoso municipio de Quiché, habitado por gente de sonrisa fácil y muy amable.
El propósito de ese viaje -del 7 al 10 de julio- fue el de explorar la historia de Juan Barrera, un niño mártir recién beatificado en compañía nueve personas más en aquel departamento de Guatemala. Viajé allá en compañía de mis amigos Rachel, Lissa y Raúl porque a Rachel le interesan los temas de religión y economía. Ella y su esposo, Robert, son autores de The Wealth of Religions. The Political Economy of Believing and Belonging. En ese libro, el capítulo titulado When Saints Come Marching In aborda temas relacionados con Guatemala desde una perspectiva fascinante que comenté en 2019.
A medio día del martes 6 recogimos a Rachel en el Aeropuerto La Aurora y nos dirigimos rumbo a La Antigua; pero antes pasamos a almorzar al Rincón Suizo que es una parada agradable, donde se come bien y rápido, con buena atención. Llegamos a La Antigua, para pasar la noche en casa de Lissa y luego salir rumbo a Zacualpa. La cena fue muy productiva porque repasamos la literatura que teníamos sobre aquella población e inercambiamos ideas y anécdotas, así como para ponernos al día en cuestiones personales. Es que los cuatro no nos veíamos juntos desde 2019 cuando viajamos a la feria de Joyabaj.
El miércoles 7, después del desayuno antigüeño, agarramos para Zacualpa. La hora del almuerzo nos agarró en la Deli de Paulino´s en Tecpán donde comí un delicioso sándwich de jamón y queso hecho con el estupendo pan de molde que hacen allá. De ahí cogimos para Chichavac, el puente Chimaché sobre el río Motagua y de ahí para Chiché. Y llegamos a Zacualpa con suficiente tiempo para instalarnos en el hostal Villa Vanesa que tiene unas cabañitas muy convenientes, jardines llenos de flores y a don Juan que es un anfitrión de primera.
Luego visitamos el convento, y el museo dedicado a Juan Barrera que es el beato del lugar. Sor Carmen fue nuestra guía y fue fascinante el recorrido y las historias y anécdotas que contó ella. Muchas veces conmovedoras y a espeluznantes; relacionadas con el martirio de Juan y las operaciones de la guerrilla marxista y el ejército en aquella población. Sobre esto último escribiré otra entrada, luego.
Esa noche llovió mientras Raúl trabajaba y Lissa, Rachel y yo hacíamos el debrief de la visita al convento y museo acompañados con vino y quesos en el jardín del hotel. Cuando Raúl se unió al grupo fuimos a cenar al Café Bambú, que fue nuestra base alimenticia en la excursión. Ahí se come bien rico, uno se siente bienvenido y tiene la dicha de conocer a doña Odilia y a su hijo Raúl que saben hacer que uno esté a gusto y disfrute de la estancia en el pueblo. El personal del restaurante también se luce en atenciones.
El jueves 8 comenzó temprano con la pretensión de conocer el sitio arqueológico adyacente a Zacualpa, un sitio que debe haber vivido los tiempos de Quicab, el rey quiché, descritos en el Popol Vuh y que compartiré en una entrada próxima. Robert Wauchope hace alusión a este sitio en sus investigaciones. La visita fue algo decepcionante porque ya nada queda de lo que vió el arqueólogo en 1948; pero Rachel y yo -con ayuda de don Sebastián y su machete- logramos llegar a la cima del único cerro/templo que queda, mientras Lissa se ocupaba de una jauría de perros que no estaba contenta de vernos en el lugar. Don Sebastián nos contó que hacía años venían personas a buscar camahuiles de piedra verde a ese templo y que una vez encontraron un gallo misterioso que a medida en que los exploradores se acercaban a él, el gallo se escondía en las profundidades del templo. La visita sólo valió la pena por la aventura de subir el templo y por la vista desde arriba.
Antes de ir a lo que queda del sitio arqueológico paseamos por el mercado de Zacualpa donde compramos ocotes y vimos hongos azules y anaranjados, de esos conocidos con el nombre de xaras. Era muy divertido que las mujeres que los tenían se asombraban de que supiéramos el nombre de los hongos.
Esa mañana visitamos El Tablón, la aldea de Juan Barrera. Nuestro guía fue Esteban que nos llevó al área donde vivió y fue asesinado el niño. La familia de Esteban nos contó historias y uno va comparando y contrastando información para hacerse una mejor idea de lo que ocurrió.
Luego del almuerzo en el Café Bambú, Lissa y Rachel tuvieron otra conversación con Sor Carmen mientras Raúl y yo paseamos por el pueblo y apreciamos la estética y la arquitectura tan características del altiplano occidental guatemalteco. Vimos que en Zacualpa abundan las clínicas odontológicas que ponen oro en las dentaduras de las personas y ciertamente que allá hay gente que tiene dentaduras magníficamente decoradas con aquel metal precioso. Vimos el castillo de Rapunzel ejemplo de antología de la arquitectura de remesas. Nos enteramos de que la Funeraria Yeyo patrocina el fútbol en la localidad y en aquella casa mortuoria nos causó gracia una niña que jugaba con un tipo de plasticina sobre un ataúd.
En la noche Raúl trabajó en lo suyo mientras Lissa, Rachel y yo hacíamos el debriefing del día, en compañía de quesos y vino en el jardín de Villa Vanesa; y cuando Raúl se nos unió continuamos en el Café Bambú.
El viernes 9, después del desayuno, agarramos para Joyabaj donde se halla uno de los mártires del paquete que acompaña a Juan Barrera. La idea era hablar con el cura del lugar y regresar a Zacualpa después del almuerzo cuando Raúl tenía trabajo que hacer en línea. Pero ahí está que el padre Toño no estaría disponible hasta después de las tres de la tarda así que…a matar el tiempo.
Primero fue un sándwich en el restaurante Los Panchos, lugar muy, pero muy recomendable que ya habíamos conocido y frecuentado durante la excursión de 2019. Más tarde fue una visita a doña Paulina, de Samayac, personaje al que Raúl y yo no habíamos conocido hace tres años, pero que Lissa y Rachel sí habían visitado. Nos alegró verla bien y de paso saludamos a su colección de personajes mitológicos tales como Maximón, Santa Simona, el Gobernador y otros.
Por cierto que el negocio de doña Paulina queda frente al que será el mercado de Joyabaj, obra ambiciosa en la que falleció una persona en abril de 2022. La tierra, en Joyabaj, es arena blanca y por ello no sorprende que para el terremoto de 1976 aquella población fuera devastada y el caso es que hay derrumbes en la obra del futuro mercado. La idea popular es que a la tierra hay que pedirle permiso para construir y trabajarla, y ese permiso no fue pedido debidamente en la obra del mercado. Y por eso es que hubo un muerto, porque la tierra clamaba sangre.
En Joyabaj también visitamos la morería de doña Mercedes Melacio, dama encantadora que Rachel conocía desde hace décadas y que los demás conocimos en 2019. Nos alegró mucho verla bien y productiva como siempre. A pesar de que los últimos años han sido difíciles.
Almorcé un delicioso spaghetti a la boloñesa en La Posada de don Guillermo, hotel agradable y limpio que ya conocíamos desde 2019 y donde siempre hay una atención de esas que sabe prodigar la gente en el altiplano. Raúl se ocupó de sus pacientes, mientras que Rachel y Lissa se encaminaron a la sacristía para hablar con el sacerdote…que no pudo recibirlas. En cambió hablaron con el diácono del lugar que respondió a sus preguntas y les proporcionó información. Luego salimos disparados para Zacualpa para no andar de noche en carretera y porque Raúl tenía más trabajo. Llegamos a tiempo para cenar temprano en La Cabaña. En ese restaurante se sirve pizza y las que pedimos estuvieron muy ricas. Con buen vino que llevaba Lissa y la atención fina de su personal hubo debriefing y volvimos al hotel. No he mencionado antes, pero allá uno duerme como tierno, con el fío de las montañas y los sonidos de la noche en el campo. Es casi increíble el horror que se vivió allá en tiempos de la guerrilla.
El sábado 9, desayunamos y conversamos con doña Odilia en el Café Bambú, Ella nos proveyó con otra perspectiva de la vida y lo que ocurrió en Zacualpa entre 1970 y 1990. Su vida de doña Odilia es fascinante, una mujer trabajadora y emprendedora. Esa conversación fue muy útil para comprender mejor toda la información que habíamos escuchado antes. Rachel y Lissa se entrevistaron con Juliana, una familiar de Juan Barrera, mientras Raúl y yo descansamos.
Al medio día agarramos camino para Chinique porque ahí se recuerda a otro de los mártires del paquete de Juan Barrera. No hay reliquias pero en la iglesia local fuimos muy bien recibidos por Mary, una abogada especializada en violencia contra la mujer, cuya historia de vida es fascinante y aleccionadora.
Chinique, que no había visitado antes, me recuerda el salón de baile La flor del Chinique, que quedaba cerca del Trébol, en la ciudad de Guatemala. Lo recuerdo de niño y es posible que haya existido hasta los años 80.
De Chinique ahí a Chiché, el puente Chimaché y Katok en Tecpán para almozar, no sin antes recoger el pan sandwich que habíamos encargado en la Deli de Paulino´s.
La noche la pasamos en casa de Lissa, en La Antigua donde cenamos rico y dormimos como tiernos para volver a la ciudad de Guatemala el domingo 10.
¿Con qué regreso? Con la alegría de haber paseado por Quiché en una excursión muy educativa, y enriquecedora. Con la alegría de haber conocido gente encantadora, generosa con su conocimiento y cariñosa. Con la alegría de haber visitado lugares nuevos en compañía de amigas queridas. Con la alegría de conocer más y mejor a Guatemala y a los guatemaltecos.