Ni de religión, ni de política

 

La libertad concedida tan sólo cuando se sabe de antemano que sus efectos serán beneficiosos no es libertad. Si supiéramos cuándo debe utilizarse libertad, desaparecerían en gran medida las razones a favor de la misma. No es una razón en contra de la libertad individual el que frecuentemente se abuse de ella. La libertad necesariamente significa que se harán muchas cosas que no nos gustan, escribió Friedrich A. Hayek y añadió que su confianza en la libertad no descansa en los resultados previsibles en circunstancias especiales, sino en la confianza en que a fin de cuentas dejará libres más fuerzas para el bien, que para el mal.

La ilustración la tomé de aquí: https://bit.ly/3qgGySL

Esta es una de las perlas hayekianas más difíciles de entender porque es una de las más difíciles de llevar a la práctica; tanto en la vida personal como en la de la polis.  ¿Por qué? Porque la tentación de querer siempre el bien es tan poderosa, que a veces puede impulsarnos a sacrificar hasta los derechos individuales. Por ejemplo, la libertad de expresión suele ser una de las primeras víctimas de aquella persecución desesperada del bien por parte de quienes saben exactamente qué es el bien y no están dispuestos a sostener una conversación al respecto.

Esa indisposición tiene sus raíces en un mal consejo que nos dan desde niños, ese que dice que no hay que hablar de religión, ni de política.  Esa mala admonición inhabilita a algunos para sostener conversaciones civilizadas sobre temas controversiales; y es en aquellas condiciones de precariedad intelectual que medran el pensamiento único y la pulsión de hacer callar, eliminar y arrasar.

Si la civilidad ha de sobrevivir y con ella la civilización, quizá sería mejor escucharía el consejo de Hayek más que el despropósito de no conversar abiertamente sobre temas controversiales.  Quizá es mejor huir del pensamiento único y de la tentación de vencer, en vez de convencer, como se huye de la peste.

¿Y si sale ideas y cosas que no nos gustan?  Pues aprendemos y luego afinamos, pasamos de pintar con brocha gorda a pintar con pincel.  Y conservamos el valor de la libertad y el del placer de conversar con agudeza.

Columna publicada en elPeriódico.

Comments

comments

Comments are closed.