¿Sabes qué me sorprendió? Al atardecer de hoy fui a la Sexta avenida y no encontré las usuales hoces y martillos, ni las usuales consignas de odio pintadas en las paredes. Y se me ocurrió:
- Los revolucionarios -los comunistas- ya no son bienvenidos, ni participan en la marcha del Día del trabajo…y luego me dije: Naaaaaaaa. No es eso.
- Alguien se robó las latas de pintura y los esténciles. Naaaaa, tampoco.
- La dirigencia dispuso que este año no sean exhibidos aquellos símbolos ominosos. Y luego me acordé de que en la minimanifestación que organizaron algunos amigos de los revolucionarios el pasado 21 de abril, no aparecieron las usuales banderas rojas, ni las consignas de siempre. Me acordé que durante la celebración de la revolución de 1944, el año pasado, tampoco hubo hoces, ni martillos.
¿Hay una estrategia de esconder quiénes son, en realidad? ¿Será que las denuncias de Carpe Diem han tenido efecto?
Quién sabe…lo cierto es que esta evolución de los revolucionarios merece ser reconocida porque, ¿qué necesidad hay de celebrar con inmundicia?; pero más que todo porque las hoces y martillos son iconos de una ideología que ha costado 100 millones de muertos en sus cien años de historia. Muertos frente a pelotones de fusilamiento, en campos de concentración, por hambrunas, y así.
En este 1 de mayo, día que solía ser de hoces y martillos, te recomiendo:
- Diez películas que honran la memoria de los muertos por el comunismo.
- Primero de mayo, en recuerdo de las víctimas del comunismo.
Sospecho que los partidarios del socialismo real, del socialismo científico, del comunismo o como quieras llamar a aquella ideología colectivista y totalitaria, están haciendo esfuerzos por probar que ya no son peligro. Sospecho que la intención es descalificar -mediante la invisibilidad- y en una especie de efecto Pigmalión, cualquier advertencia sobre lo peligrosa que es su influencia, sobre todo en momentos de crisis, de confusión, de incertidumbre y en río revuelto.
Entre nosotros y en otros ambientes, la mayor parte de aquella influencia la consiguen alla Gramsci; es decir, en el entendido de que toda revolución ha sido precedida por un intenso trabajo…de penetración cultural. En ese campo las ideas revolucionarias pasan por arte, por ejemplo, y su carácter no se nota a simple vista. Además, quien ¿quién quiere ser tachado de intolerante y de no valorar el arte, por ejemplo? Pero en el campo político y en el campo social es otra cosa. Las hoces y martillos, las banderas rojas, las estrellas amarillas, son símbolos inequívocos. Significan muerte, tiranía, miseria, opresión y odio. Como estrategia, los revolucionarios han hecho bien en esconderlas (bien para ellos); si quieren llegar al poder sin pasar por las urnas (donde sólo unos pocos votan por ellos) y a fuerza de plaza, no les conviene darse color; pero a las víctimas potenciales -a todos los demás- no nos conviene olvidar que están ahí guardadas…esperando su momento.
Sin embargo, luego de publicar esta entrada, el lector, Osmar, me envío esta foto:
…y, entonces, no me queda más que suspirar. No hubo tantas hoces y martillos como en otras ocasiones; y no las hubo en la Sexta avenida. ¿Por qué? ¿Hay facciones que quieren poner sus símbolos de odio y muerte a cualquier costo y las hay que entienden que eso ensucia (como ensuciarían las esvásticas) cualquier apariencia legítima?