¡Arde, Diablo, arde!

Anoche quemamos al Diablo, de acuerdo con la tradición guatemalteca.  Con un gran fogarón, acompañado por buenos amigos, ponche de frutas, chocolate, tostadas con frijoles y con salsa de tomate, buñuelos en miel de anís y un buen reserva.  En casa de mis amigos Walter y Mafer se hizo la fiesta para alegría de todos.

Muchas culturas tienen tradiciones similares y las que recuerdo ahora son las hogueras de los celtas y las fallas valencianas.  De distinta naturaleza entre sí, y muy diferentes a nuestra Quema del Diablo, todas están relacionadas con el uso del buen fuego que ilumina y que purifica.

Según la tradición chapina, el fuego incinera al diablo representado por las cosas viejas que se queman en la pira.  La tradición demandaba que en al fuego del 7 de diciembre fueran arrojados los vejestorios, símbolos de rencores, de envidias, de malas experiencias del año y de otras cosas que son el diablo y que hay que arrojar fuera de la casa (o del corazón) y entregar a las llamas.

Por supuesto que hay mara que no le atina y que quema llantas, colchones, y otros materiales inapropiados, con lo cual la hoguera adquiere características altamente tóxicas.  Y con eso, los irresponsables están conjurando, no a la eliminación de los demonios, sino a la intervención del estado niñera, que es igual, o peor que el mismísimo Belzebú.

Voto porque la tradición de la Quema del Diablo sea conservada;  no sólo por su simbolismo, sino por lo hermoso que es ver a las familias reunidas alrededor del fuego y comiendo buñuelos.  Yo, mientras tanto, le entrego lo que tenga que darle al fuego y me reiré del Diablo…otra vez.

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