Fábulas, cuentos y pelis, pa´ los chapines

1. Cuando yo era niño uno de mis libros favoritos era el de las fábulas de Esopo. Ahora no recuerdo muchas y supongo que la de la zorra y las uvas, así como la del cascabel al gato, eran parte de aquel libro precioso. La que nunca se me olvidó, sin embargo, era la de las ranas que querían un rey.

Tal y como la recuerdo, la fábula iba así: Las ranas estaban cansadas del desorden y del desmadre en que vivían; así que un día le pidieron a Zeus, el padre de los dioses, que les enviara un rey. Zeus, les advirtió que quizás no era una buena idea pedir un rey; pero como las ranas eran tercas, el dios atendió su petición y les lanzó un leño grueso a su estanque.

Las ranas se asustaron por el ruido que hizo el leño al caer y se escondieron. Pero al darse cuenta de que el leño no se movía, poco a poco fueron saliendo de sus escondrijos y dada la quietud que “reinaba”, empezaron burlarse y a reírse de su monarca. “Es un rey ridículo”, dijeron.

Algo mosqueadas, las más audaces entre ellas empezaron a clamar salvajemente por un verdadero rey. Las demás se les unieron a las primeras y pronto el clamor era inaguantable. A Zeus, se le acabó la paciencia y preguntó “¿Queréis un rey de verdad?”; y luego de un sonoro “¡SÍ!”, les gritó: “¡Pues ahí os va!”. Y les mandó una enorme cigüeña, con corona de oro y cubierta de armiño, que, de inmediato, comenzó a devorarlas.

2. Más recientemente, una de las tiras cómicas que más me disfruto es la de Dilbert, por Scott Adams. En una de mis favoritas, Dilbert le pone el abrigo a su madre mientras se aprestan a salir a pasear, y mientras le pone el abrigo, le dice: “Como siempre, anoche trabajé hasta la media noche, mamá”.

Mientras pasean la madre comenta: “Al menos hiciste dinero extra”. A lo que Dilbert contesta: “A mi no me pagan horas extra”.

“Bueno, por lo menos era trabajo importante”, dice la señora. “Realmente no”, responde el hijo. “Mi jefe hizo que cambiara las diapositivas de mi presentación de PowerPoint, y los cambios hicieron que la presentación se viera peor que antes”, explica Dilbert.

“Bueno al menos estás preparado para la reunión”, comenta la madre. “Fue cancelada”, comenta Dilbert, para luego añadir que “está bien, porque el proyecto no cuenta con fondos, de todos modos”.

“Entonces…¿trabajas gratis para empeorar una presentación para una reunión que no ocurrirá, para un proyecto que no existe?”, pregunta la madre. “Sip”, contesta Dilbert.

“Oh…debes trabajar para las Naciones Unidas”, concluye la señora.

3. El manantial, la película basada en la novela homónima de Ayn Rand, está disponible en Take One, la tienda de vídeos de Futeca, en la zona 14. Esta novela, y la película, son un tributo a todas aquellas personas que están dispuestas a defender lo que es correcto, sin importar el costo.

El manantial ilustra con inmensa claridad y crudeza la lucha entre la creatividad del hombre libre y magnánimo (del latín “de alma grande”); y el resentimiento del hombre servil y pusilánime (“de alma pequeña”). Las palabras de Ayn Rand son una defensa apasionada de la excelencia del individuo y una estocada mortal a los mediocres celosos que pretenden cortarla”. Así se expresó acerca de esta obra, Fredy Kofman, editor de la nueva traducción al español.

En octubre próximo, que se celebra el 50 aniversario de la publicación de La rebelión de Atlas, por la misma novelista y filósofa, es buena idea introducirse a su obra por la vía de El manantial, ya sea viendo la película, o leyendo la novela.

Hace poco escuché una conferencia sobre el inmenso poder que el arte, la literatura, el cine y otras formas de comunicación tienen para transmitir ideas. Los tres ejemplos citados en este espacio son muestras de esa capacidad.

Publicada en Prensa Libre el sábado 4 de agosto de 2007

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