“Los que estamos desubicados somos nosotros; porque, ¿de dónde sacamos que estamos en Occidente?”, me dijo un cuate cuando comentábamos el “código penal de Acatán”, las penas infamantes y los linchamientos que se aplican entre los indígenas guatemaltecos.
Después de mi dosis de Ubicatex forte pensé que de repente y sí. Que de repente y hay una parte de Guatemala que está más cerca de los talibanes, de Pol Pot y de Evo Morales, que de Occidente.
Pero, ¿qué es Occidente? Hace miles de años algunas especies de primates superaron el salvajismo y la barbarie y descubrieron la división del trabajo y la cooperación social. Unos grupos atravesaron las edades de bronce y de hierro para desarrollar culturas y organizaciones sociales complejas; y de ellos, sólo unos pocos cruzaron los umbrales de la revolución científica e industrial de los siglos XVII y XVIII.
A lo largo de ese recorrido, la experiencia humana en Occidente se enriqueció enormemente con aportaciones importantes. En Grecia fue desmitificada la naturaleza y fue democratizada la vida de los hombres en sociedad. En el Renacimiento fue rescatada, la humanidad, de aquella hibernación que había sido la Edad Media.
El espíritu de Prometeo, caracterizado por el dominio acumulativo y progresivo del entorno físico y social, por medio de la tecnología y de la ciencia se hizo manifiesto. Reconociendo, claro, que aquellas tecnología y ciencia son simples medios al servicio de fines más altos y más importantes. Fines relacionados con la búsqueda de la felicidad y con los ideales de justicia, de libertad y de solidaridad basados en el respeto a la persona humana y a su dignidad.
“Esta aventura del hombre occidental no puede dejar de suscitar admiración. Indudablemente el esfuerzo de la humanidad por escapar a la animalidad primitiva, de dominar a la naturaleza y de civilizarse, proporciona una visión inspiradora”, dice Louis Rouggier en El genio de Occidente, obra de la cual extraje el resumen de arriba y que concluye en que dondequiera que prevalezcan los derechos del hombre y los procedimientos que los garantizan, dondequiera que se respeten las reglas de la investigación científica , y dondequiera que se respeten las libertades de pensamiento y de expresión, allí está Occidente.
Y advierte, eso sí, que lo que Occidente llama progreso podría parecerles a algunos hombres un desasosiego carente de significado. Y que aunque no tenemos derecho a imponer nuestros valores y nuestros modelos de conducta; todos tenemos la obligación de mantener las condiciones necesarias para la coexistencia pacífica.
Cuando era adolescente me impresionaba una foto que vi. Era una mujer rapada que, con su niño en brazos, huía de una multitud que la acosaba. Era una foto de la barbarie durante la II Guerra Mundial. Ahora imagino mujeres rapadas y hombres azotados e hincados en maíces; y me pregunto: ¿estamos volviendo a la barbarie? ¿Estamos en Occidente?
Veo el “código penal de Acatenango” y leo que la violación por la noche está penada, pero que no se dice nada de la violación de día. Veo que el divorcio está prohibido. Veo que no está permitido jugar básquetbol, pero que no se dice nada del fútbol. Veo arbitrariedad por todas partes. Veo que Occidente está más lejos de lo que yo creía. Al paso que vamos los guatemaltecos no sólo vamos a tener que elegir entre las nimiedades de todos los días. Tarde, o temprano nos enfrentaremos al dilema de elegir entre Occidente y otra cosa. Y ¿sabe quienes van a ser los culpables? Vamos a ser usted y yo que vimos como es que ocurría el desmadre e hicimos poco, o nada, para evitarlo. El estado de Guatemala, que ha colapsado, necesita una reforma de fondo; porque no es con cambios de personas que evitaremos el descalabro de la sociedad guatemalteca. Como dice mi cuate: ¡Ubicate!, no necesitamos cambiar de piloto; lo que necesitamos es cambiar el pichirilo.