El año pasado, para el desayuno de Navidad, en casa hubo mincemeat pie que era el pay favorito de mi padre. Este es un postre tradicional de las celebraciones del solsticio de invierno es poco conocido en estas latitudes. Es una mezcla intensa de uvas pasas, pasas de Corinto, manzanas, piel de naranja y citron, sazonados con canela, clavo, nuez moscada y brandy; así como algo de manteca. Las recetas antiguas llevaban carne, pero ahora no se acostumbra.
El “mincemeat pie” alegra nuestro desayuno de Navidad.
En casa no lo preparamos desde cero, sino que compramos la mezcla ya preparada y le añadimos manzanas en cubitos. ¿Por qué? porque cuando arriba dije intensa no estaba exagerando, y…para nuestro gusto rebajamos aquella intensidad con manzanas. La verdad es que así sale riquísimo. Este año, en vez de brandy usamos Ron Zacapa con resultados deliciosos.
Nuestra amiga Rachel nos hace el favor de traer los frascos de relleno y gracias a ella degustamos esta tradición.
Para aquellas fiestas, en casa a veces perparamos pastel de frutas, o galletas y disfruto mucho de esas tradiciones porque siempre me traen recuerdos gratos. En diciembre pasado leí algo en Facebook que me dejó pensando y decía algo así: Lo maravilloso que recordamos de la Navidad se debe al esfuerzo que hacían nuestros padres para que la fiesta fuera maravillosa. Y me parece que tiene razón, y parte de aquellas maravillas ocurrían en la cocina de la casa de mis padres.
Los sabores, aromas, texturas y colores de lo que cocinamos en casa están profundamente enraizados en lo que preparaban mis padres, mis abuelas y mi bisabuela. ¿Por qué? Porque las tradiciones tienden puentes entre las generaciones y, por ejemplo, mis sobrinos ya se han unido a esa cadena de historias sobre la mesa. Eso no quiere decir que no haya innovaciones; pero la clave está en encontrar un balance para la alegría de todos.
¡Felices pascuas! es un saludo antiguo propio de esta temporada. No estoy muy seguro de cuándo cayó en desuso; pero bien podría ser en los años 70. Me encantó escucharlo de nuevo porque, ¿vas a creer?, este año noté un enfrentamiento entre quienes generalmente decimos ¡Felices fiestas! y los que insisten en que debe ser ¡Feliz Navidad! Me gusta cualquiera, pero creo que voy a rescatar ¡Felices pascuas! porque es vintage.
Para mí, el pavo es un vehículo para que haya relleno.
Dicho lo anterior, en casa celebramos la Nochebuena con una cena íntima. Este año no organizamos el tradicional open house porque nos dimos un pequeño descanso; tampoco pusimos el pinabete que tanto nos gusta… y, la verdad sea dicha, sí lo extrañamos. Eso sí, no nos han faltado los aromas de pinabete y manzanilla. ¿Qué sería un solsticio de invierno chapín sin aquellas fragancias? Sobre todo en las mañanas.
Cenamos pavo. Quienes visitan este espacio saben que mi receta favorita para el pavo —especialmente el de esta fiesta— es la que preparaban mi madre, mi abuela Frances y mi bisabuela Adela. ¿Por qué? Porque es el que me recuerda mi infancia. A decir verdad, La Abui y Mami tenían otras recetas de rellenos: de manzanas y de ostras, por ejemplo; pero el único que me transporta en el tiempo y el espacio es el de pan, vino blanco, mantequilla, cebollas, apio, castañas, champiñones y menudos de pavo, sazonado con sal, pimienta y salvia.
No me preguntes por cantidades porque lo hago al ojo; pero te cuento que este año le puse mantequilla y cebolla extra, y el relleno salió particularmente bueno. Si has visitado este espacio antes, seguramente recuerdas que para mí el pavo es sólo el vehículo para que haya relleno; así como para Raúl, el pavo es el vehículo para que haya huesos (alas y piernas) para dejar totalmente limpios. En el espíritu de descanso este año no preparamos ensalada Waldorf y, aunque estuvo bien tener menos trabajo antes de la cena, también me hizo falta.
El mincemeat pie era el favorito de mi padre.
Raúl preparó el ponche porque es una de sus especialidades. Es fascinante cómo pica cuidadosamente las frutas y la preparación previa de las manzanillas y las ciruelas, de tal manera que aportan todos sus sabores y aromas a la bebida. A mí me encanta el ponche frío con un toque de ron.
Gracias a nuestra amiga Rachel, que nos trae los frascos de mincemeat pie filling, preparamos ese que era el pay favorito de mi padre. No te creas que porque usamos un relleno enfrascado el pay tiene menos mérito. Es que, por un lado, en casa rebajamos el sabor intenso del relleno mediante el uso de cubitos de manzanas. Para el gusto chapín y el gusto no acostumbrado, el mincemeat pie puede ser demasiado especiado, y las manzanas lo hacen más grato. Por otro lado, la masa de pay que hacemos en casa tiene una textura particular que es francamente maravillosa.
En casa, la cena de Nochebuena se sirve temprano; así que para las 10:00 p. m. ya habíamos terminado no sólo de cenar sino de picar panettone aquí, torta de Totoniciapán allá y turrón acullá. Así que me fui a recostar un rato y no me desperté hasta las 11:30 p. m., justo a tiempo para salir al balcón y disfrutar del espectáculo de fuegos artificiales que se despliega en toda la ciudad de Guatemala. No sin antes dar y recibir los abrazos correspondientes a la Navidad.
El de los abrazos y el de los fuegos artificiales suelen ser momentos para la reflexión. Con mi madre en el balcón, me di cuenta de que toda la magia de esta fiesta —y los buenos recuerdos que siempre tengo de ella— se deben al amor y la dedicación que ponían mis padres para que la Nochebuena fuera una fiesta especial. Fueron ellos quienes, en las buenas y en las malas, siempre consiguieron que los niños tuviéramos navidades felices.
Tamales colorado y negro para el desayuno, mincemeat pie, ponche y café.
Con mi madre, mi hermana y mis sobrinos en la cena de la Nochebuena, Raúl es quien ahora se asegura de que todo diciembre tenga la magia de una fiesta. Los sabores, aromas, texturas, colores, luces, regalos, música y espíritu navideño se encuentran para que todos cultivemos y construyamos recuerdos; y para que todos tengamos la oportunidad de agradecer que podemos estar juntos, comer juntos, brindar juntos y reír juntos, sin olvidar a quienes nos precedieron.
¡Felices pascuas! es un saludo antiguo propio de esta temporada. No estoy muy seguro de cuándo cayó en desuso; pero bien podría ser en los años 70. Me encantó escucharlo de nuevo porque, ¿vas a creer?, este año noté un enfrentamiento entre quienes generalmente decimos ¡Felices fiestas! y los que insisten en que debe ser ¡Feliz Navidad! Prefiero cualquiera, pero creo que voy a rescatar ¡Felices pascuas! porque es vintage #cena#nochebuena#navidad#felicespascuas#luisfi61#tradicion
Hoy amanecimos al mediodía con hambre. En casa es tradición que desayunemos un tamal colorado y uno negro, pero creo que este año será el último que haga eso. El desayuno también incluyó mincemeat pie, panettone, torta de Totonicapán, café y ponche. ¡Ya te imaginas! Después de semejante desayuno, lo que procedió fue una siesta de los burros que no duró mucho porque había que limpiar la casa y prepararnos para abrir los regalos.
Hace dos o tres años dispusimos que es más divertido abrir los regalos el 25 después de las 6:00 p. m., y francamente me encanta hacerlo así. ¿Qué hubo de cena? Huesos para que Raúl los comiera a gusto; y sandwich de carne oscura del pavo, relleno y gravy para mi. El otro día le comenté a un colega que para mí lo más importante del pavo es el relleno; y él me contó que para sus hijos, lo más importante son los sandwichs de pavo al día siguiente. ¿Ves?
En casa tomamos muy en serio los moles. Esas salsas mesoamericanas son preparadas con cariño, admiración y respeto. El de este solsticio de invierno es de pato y tiene un giro sorpesivo.
Los colores, textura, sabores y aromas del mole son complejos.
Por su antigüedad y sus raíces culturales profundas, lo considero un plato ceremonial; y aunque todos los moles de casa tienen la misma base de tomates, cebolla, chocolate, semillas y chiles asados, no tenemos una sola receta porque varía dependiendo del tipo de carne que se bañará en ella, y del carácter que se le quiera dar.
Los ingredientes del mole son seleccionados con mucho cuidado.
Raúl es el dios viviente del mole y, por supuesto, el resultado no depende sólo de la calidad de los ingredientes, sino del talento y creatividad de quien lo prepara. La fiesta de preparación comienza con el encargo del pato con doña Ana, en el Mercado Colón, y sigue con la selección de los tomates, ajos, cebollas y chiles que este año vinieron de La Terminal, en la zona 4. Los tomates fueron un giro especial porque el cocinero insistió en que fueran tomates criollos, escogidos uno por uno. ¿Sabes? De tan dulces y, después de asarlos, dejaban los dedos mielositos al pelarlos. Esta vez el chocolate era del que venden en el Museo Popol Vuh, que es de primera.
¿Cuál fue el twist sorpresivo? Ciruelas pasas asadas. Nunca lo había probado con ciruelas, y es un éxito. El toque final es el colado para que el mole sea untuoso, sedoso, suave al paladar, al mismo tiempo que es intenso y complejo, luego se le hace hervir suavemente con la carne de pato. Con tomates, ciruelas, una toque de panela y chocolate dulces, ¿vas a creer que el mole de pato no es un plato dulce? He aquí la genialidad del cocinero porque la mezcla de los chiles guaque y pasa, con el ajonjolí y las pepitorias asadas, con el caldo del pato debidamente sazonado, le da el balance perfecto a la salsa. Además…en casa no se usan pan, ni tortillas para espesar el mole. Este adquiere su textura por la carne y el hervor paciente.
Tal vez pienses que exageramos con el mole; pero por el tiempo y dedicación que requiere, y por lo detallado de cada paso para su preparación, es un plato que se merece un trato especial en la mesa y en el corazón.
El último viaje de mi abuelo, Luis, fue en compañía de mi abuela, Frances, porque acompañaron a sus amigos Güicho y Tenchita a comprar un auto en Houston y volvieron con el vehículo a lo largo de México. Vi imágenes de ese último viaje porque he estado viendo películas que filmaba mi abuelo. Y pensé que demasiadas veces, durante un viaje, nos enfocamos mucho en el destino y nos arriesgamos a perder de vista lo maravilloso del camino.
Además lo pensé en el contexto de las fiestas de fin de año. ¿Por qué? Porque he oído frases como: ¡Tanto preparativo para una noche y todo se acaba rápido! Cuando yo era niño esa era mi perspectiva: todo se centraba en las expectativas para la Nochebuena y la Navidad, principalmente en los regalos y… ¿cómo iba a ser de otro modo? ¡En la comida deliciosa! Era la época en la que mis padres nos mandaban a dormir temprano a los niños para luego, a la medianoche, ir a despertarnos en medio de la cohetería. Mi padre nos cargaba y nos bajaba medio dormidos a la sala donde nos esperaban la familia y los ansiados obsequios.
En la medida en que fui creciendo… y tal vez madurando alguito, y en la medida en que la familia se fue dispersando naturalmente, empecé a valorar más y más el alboroto de los tíos adolescentes, de los invitados, y el de mis hermanos. La familia, como fuente de calor humano y manantial de tradiciones y anécdotas, fue cobrando más protagonismo en mis expectativas del solsticio de invierno. Pero todavía estaba enfocado en el destino, en la noche del 24 y la mañana del 25 de diciembre.
Aquella perspectiva fue cambiando en la medida en que descubrí que las fiestas de fin de año son mucho más que una noche y una mañana. Comienzan cuando se sienten los primeros aires fríos de diciembre, y en casa arrancamos con la quema del diablo, fiesta que este año disfrutamos junto al Cerro del Carmen con una familia y un vecindario que nos acogió, solo porque los chapines son así de generosos y hospitalarios. En casa, el camino de diciembre sigue con las fiestas de Concepción y Guadalupe, y por lo tanto huele a tanta pólvora e incienso que a veces ataranta. En casa la fiesta sigue cuando salen los adornos propios de la temporada y cuando los aromas a pinabete y manzanilla nos dan los buenos días; y avanza hacia la cena de fin de año en casa de uno de mis hermanos y hacia la tamalada de las M&M. ¿Ves? ¡No es una fiesta de 24 horas porque sigue hacia la Nochebuena y la Navidad, que celebramos en casa, solo para detenerse frente a la rosca de reyes el 6 de enero!
Voy a decir que el viaje de fin de año es uno 30 días de celebraciones. Unas veces con la familia y otras veces con amigos. Siempre juntos, siempre compartiendo. Pero lo más valioso es la oportunidad de transmitir de generación en generación las anécdotas, los recuerdos, las añoranzas y las esperanzas. La oportunidad de revisar las flores y las piedras que hemos encontrado en el camino de la vida y nos hacen ser como somos. Y aquel es un camino que, si tuviera que volver a hacer, lo haría igual porque, ¿qué somos hoy, sino la consecuencia de nuestras decisiones y acciones de ayer? Y lo único que lamento, eso sí, es haber lastimado a más de alguno por negligencia, imprudencia o impericia.
En casa, pues, las fiestas de fin de año son un viaje y no un destino. Y como no sabemos si va a ser nuestro último viaje, ¿por qué capricho podríamos estar desperdiciando oportunidades para maravillarnos como niños con cada abrazo, cada paquete envuelto, cada torito y cada bocado (sobre todo si nos traen recuerdos viejos, o nos construyen recuerdos nuevos)? Desde aquí —desde este espacio y desde mi casa— te deseo larga vida y prosperidad. Que en estas fiestas y en el año que viene tengas salud, y amor. Que no te falten abrazos, y que no te falten quienes te hagan reír. Ni te falten mazapanes.
El mejor torito que he visto —en años de perseguir toritos— fue el de Brandon, y lo vimos en la zona 2 de la ciudad de Guatemala para la fiesta del 8 de diciembre. ¿Por qué fue bueno? Por la variedad e intensidad de luces y porque lanzaba misiles. Una cosa es que lo persiga a uno el torito, y otro nivel es que le lance a uno misiles. ¡Hasta un poi, parapetado en la palangana de su pick-up, tuvo que esquivar los misiles sin dejar de grabar!
Loa, toritos, juegos pirotécnicos y desfile hubo en la fiesta.
Cualquier cantidad de pólvora y fuegos artificiales vimos el domingo en la 3a. calle y 9a. avenida de la zona 2 a las 6:30, y lo apunto porque quiero estar ahí el año entrante. Es fascinante cómo familias, vecinos, amigos y compañeros de trabajo se organizan en estas festividades para hacer los mejores espectáculos de fuegos artificiales posibles. Además, una cuadra después vimos una loa. ¿Sabes? He visto loas en Ciudad Vieja, Sacatepéquez, pero nunca había visto una en la ciudad de Guatemala. En Guate, las loas son obras de teatro breves que tienen fines evangelizadores. De una forma u otra, aluden al triunfo del bien sobre el mal y temas así.
Atrapado en el tráfico y la procesión el poli se parapetó para grabar el torito.
En esa cuadra vimos dos toritos. Lo bonito de los toritos no sólo es el despliegue y abundancia de pirotecnia con variedad de colores y efectos. También tiene que ver la habilidad de quien lo baila y el ingenio con el que embiste y persigue al público. Todo tiene que tener ritmo, relacionado no sólo con la música, sino con la disposición de los fuegos artificiales y sus efectos.
Cuando yo era niño, las historias de mi tía abuela, La Mamita, acerca de toritos durante las fiestas tradicionales disparaban mi imaginación. Yo tenía muchas ganas de ver toritos, y no fue hasta hace relativamente pocos años que vi el primero en San Juan del Obispo. Desde entonces, pocas cosas me emocionan y divierten tanto, y me ponen tan contento como salir a buscar toritos y verlos desplegando sus luces y sus colores entre la gente que se les acerca y les huye. ¿Alguna vez te ha corrido un torito? Es de lo más divertido y emocionante.
De vuelta a los misiles, mi cuata, Majito, me contó que ese tipo de toritos es muy común en las festividades de Mixco.
Temprano en la tarde, por cierto, en la Sexta Avenida nos topamos en el desfile navideño de Coca-Cola y no hay duda alguna de que a los chapines nos gustan los desfiles de bandas. Especialmente a los jóvenes que participan y van con todo a la celebración.
Muy chulo fue un carro completamente cubierto con luces navideñas.
Para nosotros -en casa y siempre- la nochebuena y otras fiestas no se tratan sólo de cocinar, sino de cocinar con raíces y buenos recuerdos y anécdotas. Se trata de cocinar con carácter y con amor rodeados de familia y amigos.
Anoche no fue la excepción y disfrutamos mucho del cariño; pero también de los aromas y de los sabores, de las texturas y de los colores, y de la pólvora. Cenamos pavo relleno con la receta que lleva cuatro generaciones en mi familia porque era la de mi bisabuela, Adela y pasará a la quinta; acompañado por la ensalada Waldorf que hacía mi abuela, Frances. También hubo ponche y caponata hechos por Raúl. Para nosotros, y a pesar de lo delicioso que nos sale, el pavo principalmente es un vehículo para que haya relleno y para hacer caldo de huevos.
En casa, la nochebuena es la celebración del solsticio de invierno esos días en los que -aunque aquí no lo notemos- en el norte las noches empiezan a hacerse más cortas y empieza a volver la luz. En ese contexto los recuerdos y las tradiciones son muy importantes; por eso en casa no faltan mi tortuga y chinchines de cuando celebrábamos en casa de mi abuelita Juanita y de mi tía abuela, la Mamita. Por eso siempre contamos anécdotas de las fiestas en casa de mis padres.
Dicho lo anterior, algo que gozo mucho en esta fiesta es la pirotécnia. Anoche empezó a intensificarse a las 11:45 y concluyó pasadas las 00:30. Lo diferente fue que pasadas las 11:15 un neblina espesa, que viajaba rápidamente, se dejó venir desde la costa sur y cubrió la ciudad. Desde casa no se veían los edificios de enfrente ni se vió el coheterío tradicional de la nochebuena chapina.
Con todo y todo se vieron los fuegos artificiales más cercanos y en un momento sólo la Luna y Júpiter aparecieron tímidamente en el cielo oscuro.
Como en otros años, en casa hubo open house y nos visitaron familia y amigos. Siempre es grato compartir y reírnos, recordar y reírnos, celebrar y reírnos. Y comer, claro.
Hoy en la mañana desayunamos nuestros tradicionales tamal colorado y tamal negro. Esta vez acompañados por un stollen y un pescado de canillita de leche que estaba riquísimo; y yo, por supuesto, con buen café y algo de ponche frío, que a mí me gusta frío.
¡Quienes me conocen se han de imaginar lo que gozo cuando abro las hojas de maxán y me encuentro con los colores brillantes de los tamales, que son delicias de la cocina guatemalteca! Al mismo tiempo, los aromas intensos de los tamales colorados y negros invaden mi cuerpo y mi mente y me llevan por un laberinto de recuerdos y alegrías. El momento culminante es cuando la masa gentil y el recado glorioso llegan a mi paladar.
Quienes visitan este espacio, desde hace tiempo, saben que valor mucho las tradiciones como formas de mantener puentes con los recuerdos, el pasado y con quienes nos precedieron; así como con el futuro y quienes nos sucederán.
En ese laberinto de recuerdos, tengo la dicha de acordarme muy bien de los tamales de mi bisabuela, Mami; y de los de mi tía Baby. Y los pequeños, de 2 x 2 pulgadas y perfectamente doblados que mi tía abuela, La mamita, nos hacía a los niños. Desde hace tres años nos hace los tamales Madame Tso, la señora que nos cuida en casa y realmente son estupendos.
Los tamales de Nochebuena, en Guatemala, son colorados y negros. Cada región y cada familia tienen su propia receta de tamales; pero básicamente son de masa maíz y/o de arroz y el recado se prepara con tomates, chiles y aceitunas (aveces con semillas tostadas, como pepitoria y ajonjolí) y, en el caso de los negros, con chocolate y anís. Estos últimos son los más delicados de hacer para que sean bien balanceados. También pueden ser de cerdo, pavo, pato, gallina y pollo e incluso de res. Eso sí a mí me gustan más los de cerdo, y los de pato. En ciertas regiones -especialmente en la Costa Sur- no se usa el recado del altiplano, sino una especie de mole.
Los tamales tienen raíces precolombinas, y fueron elevados a la décima potencia cuando se le añadieron ingrediente de Occidente. Del Nuevo Mundo son el maíz, los tomates, los chiles, y las hojas de maxán en las que son envueltos. Los tamales negros, además, llevan chocolate. Del Viejo Mundo son las almendras, las pasas y las ciruelas.
¡Quienes me conocen se han de imaginar lo que gozo cuando abro las hojas de maxán y me encuentro con los colores brillantes de los tamales, que son delicias de la cocina guatemalteca! Al mismo tiempo, los aromas intensos de los tamales colorados y negros invaden mi cuerpo y mi mente y me llevan por un laberinto de recuerdos y alegrías. El momento culminante. El 25 desayunamos tamales, stollen, pescado de canillita de leche, ponche y café #navidad#tradicion#tamales#ponche#luisfi61#desayuno#breakfast
La gracia de los tamales no está sólo en la masa y en el recado, sino en la forma de envolverlos y amarrarlos. Son una experiencia para todos los sentido. Un tamal que no ha sido envuelto y amarrado elegante y apropiadamente pierde algo de su encanto. A mí, por cierto, me gustan más grandes que pequeños, y me gusta que la masa no sea muy espesa.
Hacer tamales es algo muy elaborado. Hay que lavar y asar las hojas. La masa tiene su propia ciencia y es cocida tres veces de tres formas distintas. El recado lleva varios ingredientes que hay que asar y sazonar con mucho talento. Como siempre, el éxito de un tamal se halla en el balance de ingredientes, en la calidad de los mismos y en la pasión que se pone en ellos.
Solsticio de invierno / tradiciones — Comentarios desactivados en Pinabete,tradición y esperanza, un canto a la nochebuena chapina 09 Dic 23
En casa tomamos en serio las fiestas de fin de año y el arbolito que las representa. Nos gusta mucho el pinabete -tan guatemalteco- que nos trae su aroma encantador, su color y sus formas, así como las luces y las figuras que lo adornan que son símbolos de paz y amor, nos traen recuerdos y nos dan esperanzas.
En casa celebramos el solsticio de invierno, yuletide, navidad, las saturnalias y otras fiestas de fin de año con arbolito y las decoraciones tradicionales. El arbolito tiene que ser Abies guatemalensis y no pueden faltar la manzanilla, los chinchines, la tortuga y otros objetos que nos conectan con nuestras historias propias, nuestras infancias y con las generaciones que nos han precedido.
El niño que incluimos entre aquellas decoraciones representa nuestra confianza en un universo benevolente, nuestra esperanza por un futuro mejor y la alegría que traen a casa las nuevas generaciones.
Hoy fuimos a traer nuestro arbolito a la zona 12, a Pinabetes El Encanto de Tecpán; y, como en tantos años, el espíritu de la querida doña Mireya nos acompañó a la hora de elegirlo y en el momento de encenderlo.
Para los que vienen por primera vez:
En las casas de mis abuelas y de mis padres no siempre hubo pinabetes. De cuando yo era niño recuerdo varios árboles inolvidables. En casa de mi abuelita Juanita me es imposible olvidar unos chiribiscos hermosamente adornados con cabello de ángel (aquel cabello de ángel, de verdad, que era de fibra de vidrio) y con luces en tonos pastel. También recuerdo los pequeños árboles que ella, y mi tía abuela La Mamita, solían montar -con primor extraordinario- para mi hermano y para mí, junto a nuestro propio nacimiento en miniatura.
En la casa de mi abuela, Frances, recuerdo que los árboles eran generalmente pinabetes, o cipreses. A veces eran adornados con nieve elaborada en la casa con un jabón que venía en escamas; árboles siempre llenos de figuras variadísimas y algunas muy antiguas, así como con luces de colores. Allá algunos de aquellos árboles eran tan altos que mi padre y mi tío Freddy tenían que usar escalera para llegar hasta arriba y distribuir bien las luces y las figuras.
En la casa de mis padres tuvimos gran variedad de arbolitos. Aunque los favoritos eran los pinabetes, también tuvimos cipreses y creo que algún pino. Los pinos no me gustaban porque, a pesar de que olían rico, se ponían tristes rápidamente y también tuvimos algún chiribisco plateado. En algún momento de principios de los años 70 se pusieron de moda unosárboles que ya venían nevados y tuvimos uno de esos. Y en los malos tiempos tuvimos un árbol prestado, y un árbol simbólico, hecho con chorizo de pino, en la pared.
En casa tomamos en serio el arbolito que nos alegra las fiestas de fin de año. El pinabete tradicional no sólo nos trae su aroma encantador, sino que su color y sus formas, así como las luces y las figuras que lo adornan son símbolos de paz y amor, nos traen recuerdos y nos dan esperanzas. En casa celebramos el solsticio de invierno, yuletide, navidad, las saturnalias y otras fiestas de fin de año con arbolito y decoraciones tradicionales. El arbolito tiene que ser Abies guatemalensis y no pueden faltar la manzanilla, los chinchines, la tortuga y otros objetos que nos conectan con nuestras historias propias, nuestras infancias y con las generaciones que nos han precedido #arboldenavidad#solsticiodeinvierno#yuletide#pinabete#luisfi61#navidad
En casa es tradición que cada año compramos un adorno nuevo y lo incorporamos a los que ya tenemos. Hay adornos variados: dos hawaianas, uno que muestra a Odin, otro de La rebelión de Atlas, uno del barco Estrella de la India, una estrella de Santa Catarina Palopó, varios con motivos propios de la temporada, unos con mapas, y así. Los de el año pasado son vintage, hechos de hojalata y pintados como de principios del siglo XX.
El ponche navideño, en Guatemala, se prepara con variedad de frutas que depende de la región del país en que se elabore y de la receta familiar. La receta que se hace en casa viene de la costa sur; pero este año tuvo un marcado acento de manzanas que son más propias del altiplano. Fue sazonado con manzanillas, que también son del altiplano y con un toque delicado de cardamomo, además de la canela tradicional. Este ponche lleva piña, papaya y plátanos. También pasas y ciruelas.En casa de mis padres, el ponche se hacía con piña, que es común a todos los ponches chapines; y se sazonaba con canela, se hacía con frutos secos del hemisferio Norte, como peras, manzanas y melocotones, además de las ciruelas y pasas que son infaltables.
El ponche me gusta bien helado y que sea refrescante; y si lo he de tomar caliente. me gusta con un piquete de buen ron. Por cierto que en la costa sur al ponche le dicen caliente.
Este año, con los huesos del pavo, hicimos caldo de huevos del modo en que lo hacía mi bisabuela Mami. Es una tradición familiar que no siempre disfrutamos en casa.
Los que visitan este espacio desde hace tiempo saben que para mi lo bueno del pavo son sus subproductos: el relleno, el caldo de huevos, el sandwich de ensalada de pavo y el sandwich de relleno con gravy.
¿Cómo se hace el caldo? Los huesos se ponen a cocer durante por lo menos una hora y a la media hora se les añade un ramo de apazote. ¿Cuánta agua? Pues suficiente para que cubra los huesos del pavo. Luego ese caldo se cuela en el colador de frijoles para extraer bien los jugos de la carne y el relleno quedaron en los huesos. A ese caldo se le añaden el gravy que sobró y sopas Maggy de tomate. ¿Cuántas sopas? Depende de la cantidad de caldo. El caldo se sirve con huevo, crema y queso parmesano. No vayas a poner un huevo duro en el caldo (como hizo una amiga de mi abuela, Frances, cuando le dio la receta). El huevo se cuece en el plato y se sirve de uno en uno. Eso es muy laborioso, pero la recompensa lo vale.
Desde niño me tomo dos platos por lo menos; y cuando lo tomo no sólo me gustan su sabor, su aroma y su textura, sino que me transporto en el tiempo. Todas estas comidas tienen una característica en común, son comfortfood, porque traen recuerdos de personas, de ocasiones, de festividades y de buenos tiempos en compañía de seres amados, o por lo menos bien recordados, con cariño. Están profundamente enraizadas.
Este caldo lo solía servir Mami en su célebre hotel Casa Contenta, en Panajachel. Era propio del 25 de diciembre y del 1 de enero. Me gusta tomar el caldo acompañado por vino blanco, o vino verde.
Los fuegos artificiales de anoche tuvieron novedades; colores diferentes como azul, rosado y dorado iluminaron la noche durante el tradicional y espontáneo espectáculo de pirotécnia en la ciudad de Guatemala con ocasión de la nochebuena.
Con nuestros amigos Sylvia y Moi vimos el show y nos dimos el abrazo de la media noche en el balcón de la casa.
Antes, claro, habíamos cenado durante el open house anual en el que familia y amigos llegan para para brindar por la vida y comer rico. El menú fue pavo relleno, ensalada Waldorf y la caponata espectacular que hace Raúl. También hubo ponche de frutas, exquisito, que esta año Raúl hizo con más manzanas que piña, un toque de manzanillas y otro de cardamomo además de papaya y plátanos. La ensalada la preparamos al interpretar la receta del Joy of Cooking, que es la que usaba mi abuela, Frances.
Hoy en la mañana -como lo hacemos cada año- desayunamos sendos tamales negros y colorados. Amo los tamales y me los gozo mucho. Es muy difícil conseguir tamales buenos tamales negros buenos y por eso los disfruto doblemente„ y cuando los como imagino que estoy desayunando en el palacio de Jasaw Chan Kʼawiil I.
¡De verdad soy muy feliz cuando cuando abro las hojas de mashán y me encuentro con los colores brillantes de los tamales! Y al mismo tiempo, los aromas intensos de ambos tamales invaden el ambiente, mi cuerpo y mi mente y me llevan sobre olas de recuerdos y alegrías. El momento culminante es cuando las masas gentiles y los recados complejos y deliciosos llegan a mi paladar.
Los que visitan este espacio, con frecuencia, saben que valoro mucho las tradiciones como formas de mantener puentes con los recuerdos, el pasado y con quienes nos precedieron; así como con el futuro y quienes nos sucederán. Ahora, también las valoro por sus facultades sanadoras, luego de los encierros y la incertidumbre a la que hemos sido sometidos.
¿Sabes? Tengo la dicha de recordar los tamales que hacía mi bisabuela, Mami, y los de mi tía Baby. Y los pequeños, de 2 x 2 pulgadas y perfectamente doblados que mi tía abuela, La mamita, nos hacía a los niños. En 2015 tuve la buena fortuna de ayudar a preparar tamales en casa de mis amigos Carol y Manolo.
Los tamales de Navidad, en Guatemala, son colorados y negros. Cada región y cada familia tienen su propia receta de tamales; pero básicamente son de masa maíz y/o de arroz y el recado se prepara con tomates, chiles y aceitunas (aveces con semillas tostadas, como pepitoria y ajonjolí) y, en el caso de los negros, con chocolate y anís. Estos últimos son los más difíciles de hacer para que sean bien balanceados. También pueden ser de cerdo, pavo, pato, gallina y pollo e incluso de res. Eso sí a mí me gustan más los de cerdo, y los de pato. En ciertas regiones -especialmente en la costa sur- no se usa el recado del altiplano, sino una especie de mole. También hay diferencias entre los tamales que se cuecen sobre leños y los que se cuecen sobre estufa de gas. Los tamales de la costa sur no responden, exactamente, a la diferenciación entre colorados y negros. También hay tamales que en lugar de recado llevan mole y también tienen su propio carácter y son deliciosos cuando quienes los preparan saben hacer el mole.
Los tamales tienen raíces precolombinas, y fueron elevados a la décima potencia cuando se le añadieron ingrediente de occidente. Del Nuevo Mundo son el maíz, los tomates, los chiles, y las hojas de mashán en las que son envueltos. Los tamales negros, además, llevan chocolate. Del Viejo Mundo son las aceitunas, las almendras, las ciruelas y las pasas.
El arte de los tamales no está sólo en la masa y en el recado (o en el mole), sino en la forma de envolverlos y amarrarlos. Son una experiencia para todos los sentido. Un tamal que no ha sido envuelto y amarrado apropiada y elegantemente pierde algo de su encanto. A mí, por cierto, me gustan más grandes que pequeños, y me gusta que la masa no sea muy espesa.
Hacer tamales requiere de cierta infraestructura y es algo muy elaborado. Hay que lavar y asar las hojas. La masa tiene su propia ciencia y es cocida tres veces de tres formas distintas. El recado (o el mole, según el caso) lleva varios ingredientes que hay que asar y sazonar con talento.
Madame Tso, la señora que trabaja con nosotros en la casa. ha enriquecido nuestra experiencia tamalera de una forma que merece una ovación de pie.
Esta año -gracias a nuestra amiga Rachel- hicimos mincemeat pie que era el favorito de mi padre y es uno de los que preferimos en casa. No lo hacemos from scratch por falta de tiempo, sino que al frasco le añadimos tres manzanas grandes en cubos y un toque de brandy. La clave…eso sí…es la masa de la tarta, que me sale perfecta.
En la fiesta sólo hizo falta Nora, mi madre, que no vino porque hacía mucho frío y estaba lloviznando.
Carpe Diem significa Apodérate del día y resume bien mi visión del mundo. La libertad es el valor fundamental que guía mi vida y mis reflexiones en Carpe Diem. Vivo en Guatemala, un país que aún está por ser construido y en el que los derechos individuales y la igualdad ante la ley son precarios. Por eso, aquellos son mis temas favoritos para estos comentarios. Con todo y todo, este espacio -políticamente incorrecto- existe al amparo del artículo 35 de la Constitución de la República; y del 19 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos (por si acaso). Me gustan la cocina, la lectura y la compañía de mi familia y de mis amigos. También me gusta pasar tiempo conociendo mi país y a su gente. Al perpetrar Carpe Diem comparto con mis lectores algunas reflexiones y experiencias en busca de lo que es bueno, lo que es bello y lo que es pacífico. ¡Por la libertad y la razón!
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