02
Abr 24

Excursión a El Soch, segundo día

 

¡Amanecimos en El Soch!…y amanecer allá es un deleite por sí mismo. Luego de una noche reparadora emergimos pasadas las 8:00 a. m. que es tardísimo para la vida de campo; pero muy bueno para tres viajeros aventureros.

Vista de el basamento principal frente al rancho de don Julio y doña Nohemí, en El Soch.

Dimos un paseo por las inmediaciones de la catarata, nos habituamos a los sonidos de las caídas de agua y de la selva y Raúl recogió frambuesas que creían a la vera del camino.  

1. Tierra de arroyos y cascadas. 2. Tierra de florifundias. 3. Raúl cosechó frambuesas. 4. Tierra de pacayas. 5. Tierra de macadamias. 6. Tierra de flora exuberante.

Por supuesto que despertamos con hambre y con ganas de visitar el sitio arqueológico, y adentrarnos en la selva.  Luego de disfrutar un desayuno de doña Mimí y luego de la larga sobremesa, nos bañamos Lissa, Raúl y yo a guacalazos con agua entibiada gracias al fuego del poyo.

Luego, don Julio -con toda la paciencia del mundo- nos condujo a los basamentos y al campo de juego de pelota que está a un paso de perico, frente a su rancho. El sitio arqueológico es lo que nos había llevado a aquellas tierras misteriosas y encantadoras y ¡al fin estábamos ahí!

Vista de las estructuras que están a inmediaciones del rancho de don Julio y doña Nohemí.

Gracias a que don Julio y doña Mimí han protegido ese asentamiento maya, al aproximarse a las estructuras uno siente como si fuera un explorador del siglo XIX que descubre una ciudad antigua en la jungla vírgen.  Las piedras silenciosas contrastan con la algarabía de la selva.  La humedad y el frescor envuelven el ambiente. Lissa, Raúl y yo tuvimos la certeza de estar en un lugar especial, no solo por la parte de su historia que se remonta al período clásico temprano, sino por su historia reciente que invita a meditar sobre el valor del patrimonio histórico, el valor de la naturaleza y el valor de la familia en un contexto de guerra como la que vivió Guatemala en los años 80.

La historia de El Soch, pues, está íntimamente ligada a la de Guatemala y junto a las plataformas del complejo escuchamos ias historias fascinantes y conmovedoras que nos compartió don Julio y que son materia para otra entrada en Carpe Diem, un día de estos. En cuanto a la historia prehispánica del sitio, Melvin Guzmán, de la Universidad del Valle de Guatemala escribió la tesis titulada Sitio arqueológico El Soch, El Quiché, Guatemala: análisis del posicionamiento estratégico del sitio para el control de un área geográfica.

Vista lateral del basamento principal en El Soch.

Nuestro segundo día en El Soch incluyó no sólo un paseo por las estructuras cercanas al rancho de don Julio y doña Nohemí, sino que nos adentramos en la selva entre la vegetación propia del lugar y las pacayas que son uno de los productos que se cultivan en la finca.  Allá también hay macadamias, cardamomo y caña.  En la finca corren arroyos y hay nacimientos de agua encantadores. ¿Sabes? Como esos que se ven en las películas y son descritos en la poesía. El rumor del agua, el canto de las aves y el paso del viento hacen de esas caminatas experiencias para todos los sentidos. 

Tengo un gusto particular por las macadamias porque cuando mis hermanos y yo éramos niños, mi papá nos encargaba que organizáramos la celebración del aniversario de bodas de él y mi madre.  El nos dejaba cava y algunos tentempiés y, cuando él y mi madre volvían (de quién sabe dónde) ¡Sorpresa! los niños habíamos puesto la mesa y los esperábamos para celebrar.  Cada año, las veces que hicimos esa fiesta, había macadamias incluidas y en aquel tiempo, en los años 70 sólo las había importadas de Hawaii y a nosotros nos parecían unas de las cosas más deliciosas que comíamos.

El segundo día en El Soch tuvo la particularidad de que cayó neblina y fue fresco y húmedo en contraste con el día anterior en la carretera y cuando nos aproximamos a Chicamán.

El sábado fue un dia de niebla y llovizna suave, que invitaron a bajar revoluciones.

Fue chistoso que al hacer inventario de mi ropa para el viaje me di cuenta de que me faltaría una camisa, así que ese sábado aproveché para lavar la camisa del día anterior.  

El efecto florifundia hizo de las suyas y dormimos en la tarde para despertar sólo a tiempo para hacer un debriefing en el porche de la cabaña; y para caminar en la tranquilidad de la tarde/noche y luego dirigirnos al rancho para conversar y cenar. ¿Qué hubo de cena? Lasaña de carne y berenjenas que llevó Lissa y estuvo deliciosa. ¿Y de postre? Moyetes de Tres Genaraciones.

@luisficarpediem

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¿Sobra decir que volvimos a dormir como tiernos?


01
Abr 24

Excursión a El Soch, primer día

¿Cuál era nuestro destino? El Soch, un sitio arqueológico localizado en una finca privada El Recuerdo, en el municipio de Chicamán, Quiché.  ¿Por qué? Porque nos encanta pueblear, nos encantan los sitios arqueológicos y porque nos encanta la selva.  Lo que no sabíamos es que este viaje iba a ser diez veces maravilloso no sólo por el sitio y porque se halla en la frontera con la legendaria Zona Reyna, sino que lo iba a ser en el plano humano.  

Cataratas frente a nuestra cabaña en El Soch.

El viernes 22 de marzo a las 5:30, Raúl y yo pasamos a por nuestra amiga, Lissa en cuya casa terminamos de cargar el carro.  A las 6:00 íbamos con rumbo a Pachalum, Quiché porque, de acuerdo con Via Michelin hay una ruta entre esa población y Chicamán pasando por Cubulco.  Lo cual era muy conveniente porque nos ahorraba bastante tiempo y kilómetros y porque no conocíamos Cubulco.

1. El carro cargado. 2. El camino a Pachalum es tierra de palos de pito. 3. David, de la panadería Mireya nos muestra el pan antes de ser horneado. 4. Panela en Pachalum. 5. Uno podría hacer fotos y fotos de la arquitectura vernácula de remesas. 6. La naturaleza en la carretera.

 

Todo bien…llegamos a Pachalum donde un policía municipal de tránsito nos facilitó muchísimo estacionarnos y desayunar.  Comimos en la Panadería Mireya, donde David, el panadero nos mostró cómo hacen el pan y nos trató de conseguir información sobre Cubulco.  Lo único que yo sabía es que es es tierra de zompopos de mayo y de palo volador.  Lo primero lo se por mi cuata, Dulce y lo segundo porque cuando en 2019 viajamos a Joyabaj, en la moreria de doña Mercedes Melecio conocimos a unos caballeros de Cubulco que iban a devolver trajes que habían rentado para su festividad patronal.

Luego de visitar el mercado de Pachalum, donde compramos frijoles blancos y delicioso pinol para preparar pollo, en casa, nos despedimos de esa población y agarramos camino a Cubulco.

Esa población está en la sierra de Chuacús, en Alta Verapaz, y allá hace mucho calor.  Visitamos la iglesia que tiene mucho encanto y donde fuimos recibidos muy bien por los trabajadores que la están restaurando.  Paseamos por lo que fuera el convento y comimos alguito en el parque de la población.  Y nos dispusimos a preguntar que por dónde se va a Chicamán.

…y ahí se complicó la cosa.

Un vecino cubulense nos dio la mala noticia.  Resulta que el puente que cruza el río Negro, entre Cubulco y Chicamán está destruido y no hay paso.  Resulta que tendríamos que volver a Pachalum y agarrar rumbo a Santa Cruz del Quiché vía Joyabaj. Eso no sólo significaba desandar el camino, sino que seguramente no llegaríamos a Chicamán ese viernes.  

A esas alturas pensé que es una tradición de nuestras excursiones perdernos, o agarrar por caminos difíciles.

En fin, el buen vecino y su esposa exploraron Google Maps en su teléfono y nos encontraron otra ruta: De Cubulco a Uspantán pasando por Yerbabuena y Canillá y eso era buena noticia.  La mala noticia es que es por caminos de terracería.  Con los sentidos de aventura y del humor que nos acompañan en nuestros viajes nos dispusimos a continuar.

Entre polvareda y polvareda subimos y bajamos cumbres, pasamos por parajes preciosos, algunas veces con árboles frondosos y otras veces como desiertos llenos de cactus enormes como saguaros.  En tramos largos no se veían casas, ni un alma.  Algunas veces nos topábamos con semovientes.  Pasamos por Chinillá y Xepatzac (de lo cual nos enteramos por anuncios que prohiben la caza); y pasamos por la aldea Ojo de Agua. Vimos una siembra de pitayas y nos dispusimos a bajar rumbo al puente que -en esta locación- nos permitiría cruzar el río Negro, rumbo a Uspantán.

¡Y llegamos a río! Pero…es un puente que está medio despedazado.  Le faltan sus bordes protectores y le faltan pedazos. Se ve que el río no ha sido gentil con él. Pero vemos, desde arriba, que pasan autos por él.  Decidimos que hay que pasarlo, sí, o sí porque la opción sería regresar.  Como a mi me gustan este tipo de retos le pedí el timón a Raúl, puse el auto en posición frente al puente, les dije a Lissa y a Raúl ¡Agárrense! y nos dejamos ir.  Lissa dijo: ¡No parés!…y cruzamos el puente. Buen adrenalinazo luego del sopor que traíamos al bajar de la cumbre por caminos casi desiertos. Continué al volante porque Raúl había conducido diez horas, porque ya eran las 16:00.  

1. La naturaleza en la carretera. 2. Nomenclaturas entre las ventas. 3. ¡Cuidado con las reses! 4. Hubo que hacer una pit stop. 5. Tierra de saguaros. 6. Kilometros y kilómetros de soledad, calor y polvo. 7 ¡Al fin signos de vida humana. 7. Llegamos al puente…pero estaba dañado…y lo pasamos. 9. Y seguimos por carreteras de terracería, sin ver autos, ni casas, ni gente.

 

A diez días de distancia, el desvío y el puente en cuestión ahora son anécdotas y aventuras que enriquecieron la excursión que, si no fuera por las conversaciones y la buena compañía, hubiera sido más que pesada y tensa.

Desde el río Negro comenzamos a subir rumbo a Uspantán a donde llegamos a las 17:26.  Esto es importante porque tenemos la regla de no conducir de noche así que tomamos la decisión ejecutiva de continuar hacia Chicamán y El Soch con la esperanza de llegar a las 18:00 justo al empezar a oscurecer. Y a la aldea El Soch llegamos a las 18:05. 

Ahí buscamos el camino para el sitio arqueológico a donde llegamos empolvados como shecas. Ahí dormiríamos en una cabaña que nos tenía preparada don Julio García; y cenaríamos con él y su esposa, doña Nohemí para empezar nuestra visita de cuatro días. ¿Te acuerdas que dije que esta excursión iba a ser diez veces maravillosa en el plano humano. Esto fue por don Julio y doña Mimí y su familia.

1. Una siembra de pitayas. 2. Ya vamos llegando. 3. ¡Al fin Uspantán! 4. Ya casi, ya llegamos a la aldea El Soch. 5. Don Julio nos esperaba en la cabaña. 6. Cenamos y conversamos tan rico. 7. De postre: la melcocha hecha por doña Mimí. 8. Vista desde nuestra cabaña. 9. Nuestra cabaña, de noche.

Don Julio -lo averiguaríamos luego durante las largas conversaciones que tuvimos durante cuatro días- es un héroe de la protección del patrimonio cultural, y del patrimonio natural.  Los héroes actúan para proteger la vida y lo hacen con gran habilidad. Los héroes son posibles; y porque hacen posible la vida humana, merecen ser protegidos.  Hace años, mi amigo Andrew Bernstein explicó que aunque los  héroes cometan errores y tengan flaquezas, y la cultura enferma en la que vivimos se enfoque en aquellas flaquezas y errores, las personas racionales debemos dimensionar esos errores y flaquezas y estilizar la grandeza en los héroes.  Andy. recordó que los artistas románticos siempre estilizan; y un héroe, explicó, es un individuo de elevada estatura moral y habilidades superiores que -de forma audaz- persigue valores en condiciones de dificultades extremas.  Don Juliio y doña Mimí, al proteger El Soch y sus alrededores, encajan en la descripción de Andy…con el añadido de que tienen corazonotes así de grandes.  Todo esto lo iríamos descubriendo durante el tiempo que nos permitieron compartir su mesa y gozar de su conversación y de conocer ese lugar encantador en el que nos encontramos.

Pues llegamos a la cabaña, don Julio nos ayudó a descargar y notamos que frente a la cabaña encantadoramente sencilla…sencilla, había cataratas que nos arrullarían cada noche.  A ello se le sumaban la selva, numerosos pacayales y…quién sabe cuántos arbustos de florifundias o floripondios. Blancas, rosadas y amarillas, esas flores son célebres por sus propiedades somníferas y recordé que mi madre contaba que, cuando era niña, mi tío Rony le había puesto unas bajo su almohada a modo de broma.  

Una vez acomodadas nuestras cosas en la cabaña -en la que no hay agua corriente, ni energía eléctrica, pero sí camas cómodas- fuimos a conocer a doña Mimí que, generosamente, nos preparó la cena.  Huevos, frijoles y plátanos…y queso preparado por sus cuñadas que viven en la finca vecina y a quienes tendríamos la dicha de conocer al día siguiente. ¿Y el postre? Melcocha preparada por doña Mimí con panela producida en el trapiche de la finca, con las cañas cultivadas ahí mismo.  Por cierto que mientras escribo estas líneas estoy chupando caña de El Soch.

Casi indescriptiblemente cansados caminamos a la cabaña, hicimos nuestras abluciones, nos dimos las buenas noches y experimentamos lo que dimos por llamar El efecto florifundia. Dormimos como tiernos y luego te cuento como fue nuestro primer día completo en aquel paraíso remoto, legendario y fascinante.