07
May 21

La inmundicia en los ríos

 

En 1948 el río San Francisco inundó Panajachel.  Mi bisabuela contaba que causó muchísimos daños.  Ella misma, su casa y su hotel Casa Contenta sufrieron estragos de los que nunca se recuperaron totalmente.  La estructura de la que ahora es mi cama sobrevivió al lodo y a las piedras.  Pero aquellas agua y lodo de hace 73 años, no eran los de ahora cargados de popodrilos, pipirañas y cacaimanes.  Como los de casi todos los ríos del país.

En esta semana, José Eduardo Valdizán compartió imágenes que dan rabia del San Francisco, del río Villalobos y del río Platanitos cargados con aguas pestilentes y contaminadas.

Las fotos son de José Eduardo Valdizán.

Claro que algo tienen que ver fábricas y cultivos en las cuencas; pero, la verdad sea dicha, las heces, jeringas usadas, colchones, yinas, ropa y otras porquerías que van a parar a los ríos son responsabilidad de miles de personas inmundas que toman la decisión de tirar sus porquerías en las cuencas.  La foto del Platanitos que muestra Valdizán es incontestable.  Los tubos de desagüe de las casas que bordean el río evidencian que hay individuos que no tienen empacho alguno en echar sus excrementos en la corriente de agua.

Río Platanitos. Foto por José Eduardo Valdizán.

Las personas son responsables; pero también las autoridades, que más que autoridades son pipoldermos. La contaminación de los cursos de agua ocurre a la vista (y muchas veces para alivio) de esos caciques mal llamados alcaldes.  SI un río cruza el municipio, algunos munícipes lo ven como el medio más barato y rápido de deshacerse de la basura y deposiciones de sus vecinos.  Ocurre a la vista de ese ñaque conocido como Ministerio de Ambiente.

De cuando en cuando veo a unas yutuberas de la costa sur que me gustan porque son auténticas.  Son buenas personas que viven sus vidas, trabajan y disfrutan de lo que tienen; y a veces se bañan en el río que pasa por su poblado.  ¡Y qué alegre es bañarse en el río, ¿sí, o no?!  Pero luego me pregunto, ¿qué porcentaje invisible de detritus viaja por las aguas en las que se bañan las familias, o en las aguas que beben?  Sin propietarios, las aguas son de todos, y de nadie.

Columna publicada en elPeriódico.


11
Nov 16

Bolsas plásticas y gente “shuca”

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La imagen es encantadora: en el mercado de San Pedro La Laguna los vendedores despachan sus productos en hojas.  ¡Como en el siglo XVI, seguramente! …y la gente cree que está a la altura de los países más avanzados de Europa donde el uso de las bolsas plásticas está prohibido.  Ah, ese es el pequeño detalle: toda la gente en San Pedro no prefiere despachar en hojas que chorrean, o recibir sus compras de esa forma, tal práctica ha sido impuesta por la fuerza de multas que van entre Q300 y Q1500.  Es cierto que algunos prefieren las hojas; pero también es cierto que otros, no.

A la iniciativa en San Pedro se ha unido un grupo de diputados que pretende legislar para regular y eventualmente eliminar el uso de bolsas plásticas en el país.  La prohibición se extendería al duropor, pajillas y productos parecidos.

¿Te has preguntado por qué es que la gente usa bolsas plásticas? Porque funcionan y cumplen sus propósitos de maravilla.  Porque son baratas, higiénicas, ligeras y relativamente  resistentes.  A pesar de ello parece que hay una guerra global contra las bolsas plásticas supuestamente porque  la gente sólo las usa una vez;  porque consumen nuestras reservas limitadas de petróleo y se convierten en basura y dañan al paisaje y peor aún, a los animales.

Me da rabia cuando viajo por Guatemala y veo ríos, carreteras y poblaciones inmundas; y me da mucha rabia cuando veo que esa basura (mucha de ella plástica) va a parar a ríos, lagos y al mar e imagino a tortugas y otros animalitos muriendo a causa de la basura.  Empero, entre 80 y 90% de las personas vuelven a usar sus bolsas plásticas y las bolsas plásticas constituyen sólo 1% de la basura (al menos en los EE.UU; que es de donde hay datos).  La oposición a las bolsas plásticas tiene un elevado componente ideológico anti-industrial y, en última instancia, ¿de quién es la culpa de que las bolsas terminen contaminando? De la gente shuca e irresponsable, ¡por supuesto!, de esa gente que las tira en las calles, barrancos y donde sea…y de las corporaciones municipales (los pipoldermos), que no cumplen con su obligación de procesar la basura adecuadamente.

Columna publicada en elPeriódico.


19
Oct 16

No era el río Xequijel

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Cuando estaba en Tercer grado de primaria, en la clase de Historia de Guatemala, oí por primera vez la leyenda de que durante la conquista el pequeño río Xequijel, entre los departamentos de Quetzaltenango y Totonicapán se tiñó de rojo debido a las cantidades formidables de sangre vertidas en una batalla junto a él.  El nombre original de ese río era Olintepeque y, en el Lienzo de Quauhquechollan hay constancia de una batalla en ese lugar.  Xequijel significa debajo de la sangre. De esto me acordé cuando vi las imágenes del río Samalá teñido de rojo.

Lo que me llama la atención a estas altura lo que me llama la atención es en los primeros momentos de la noticia los dedos señaladores apuntaron a causas sobrenaturales y hubo alusiones al final de los tiempos a causa de tanta maldad; en esos primeros momentos, los dedos señaladores también apuntaron en dirección al Instituto Nacional de Electrificación y a la centenaria textilera Cantel.

Luego de una investigación y luego de que se asentó el polvo, la inspección de campo precisó que pequeños textileros, “cuando tiñen sus telas, desfogan el agua en sus drenajes, pero estos van a dar al río”. Se estableció que es común que estas familias lancen sus desechos crudos al afluente.

El misticismo y la mentalidad anti-industrial suelen olvidadar que los causantes de grandes catástrofes ambientales suelen ser docenas y centenares de personas haciendo lo suyo.  Las familias que talan bosques para conseguir leña y no los reponen; las familias que tiñen telas; las familias que tiran sus suavechapinas, sus palanganas, sus ropas viejas y su basura en los ríos y lagos; las familias que lavan sus ropas en las cuencas y llenan de fosfatos las aguas; las familias que tiran sus deshechos en los barrancos…en fin.

El cuidado del ambiente tiene dos enemigos en este contexto: la pobreza y la falta de derechos de propiedad asegurados.  Está claro que en tanto haya abundancia de pobreza y miseria la gente no está para preocuparse del ambiente, la gente corta la leña y dira la basura sin más porque si la mayor preocupación familiar es la de qué va a haber en la mesa para comer esta noche, ¿de dónde va a salir la inquietud por no destruir los bosques y los ríos, por ejemplo?  Está claro que en tanto los recursos naturales sean de todos y no haya derechos de propiedad claros y asegurados, los bosques, las aguas y otros recursos van a sufrir lo que se conoce como la tragedia de los comunes.  Esto es, la tragedia de que como los bienes son de todos, no son de nadie y a nadie cree que valga la pena cuidarlos racionalmente, frente a la necesidad de usarlos antes de que alguien más se los acabe.

Si de verdad te interesa el tema del ambiente, te invito a visitar y a explorar la Red de Amigos de la Naturaleza, donde encontrarás propuestas de mercado para la protección efectiva del ambiente.


27
Mar 15

Popodrilos, pipirañas y cacaimanes

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Mis primeros recuerdos del lago de Amatitlán son de cuando era niño y con mis padres íbamos a pasar el domingo al chalet de mis tíos abuelos, Olga y Freddy. Siempre era una ocasión festiva; y en la lancha de ellos conocí el castillo de los Dorión, la silla del Niño, y un área donde había agua caliente y sulfurosa, cosas que a mí me maravillaban.

En mi adolescencia pasé fines de semana muy alegres en el chalet de mi tío Freddy (otro Freddy), que me enseñó a esquiar. Ya para entonces el lago estaba notoriamente contaminado y era costumbre que cuando salíamos de él, luego de bañarnos bien, mis padres nos aplicaban, a los niños, una solución de alcohol en los oídos para que no se nos infectaran.

Cuento esto porque le tengo cariño al lago, como seguramente se lo tienen los lectores. Y por eso es que me da rabia lo que ocurre con él, así como la irresponsabilidad y la codicia con la que se enfrenta su deterioro.

Lo más reciente es esa historia de que con una agüita que aparentemente es de pipiripau –a un costo de Q137 millones– el lago ya se está limpiando. Digamos que es cierto y démosle el beneficio de la duda a los que participan en el negoción. Digamos que lo que le están echando al lago es como el agua de Lourdes que cura desde la caspa hasta el ojo de pescado, pasando por el cáncer. Lo cierto es que ya lo dijo Roxana Baldetti: no está garantizado que el lago no vuelva a ser contaminado.

¿Cómo iba a ser de otra forma? Los popodrilos, las pipirañas y los cacaimanes de los habitantes de sus riberas y los de los de las municipalidades que están en las cuencas de sus afluentes llegan por toneladas. Otros contaminantes no paran de llegar. Si el agua de calahuala limpiara el lago, habría que repetir el proceso, ¿en cuánto tiempo? ¿A qué costo? El hecho es que si no se detienen las causas del deterioro, por más ajo y agua oxigenada que se le echen al lago, el problema va a continuar. Y el clavo es que no hay forma de obligar a las municipalidades de aquellas cuencas a velar por la obligación constitucional que tienen en cuanto a prevenir la contaminación, debido a que los bienes de aquellas son inembargables.

Columna publicada en El periódico.  En el Lienzo de Quauhaquehcollan, el icono para Amatitlán es una calavera.