No a la guerra cultural

 

El miércoles pasado guerreras del feminismo radical revolucionario tomaron la Sexta avenida y cometieron desmanes y actos vandálicos similares a los que han hecho en años anteriores; y parecidos a los que sus colegas hacen en otras latitudes.  Aquí hicieron pintas y prendieron fuego frente a una panadería y ensuciaron las paredes de una iglesia, por ejemplo.

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Casi al mismo tiempo, en el Congreso de la República, grupos de la derecha conservadora y religiosa hicieron sonar dos shofares en el Congreso para sacar los demonios de la agenda globalista y celebrar el primer aniversario de la declaratoria de Guatemala como capital próvida de Iberoamérica.

Así se pelea, en Guatemala, la absurda guerra cultural.

Un día los tirios enarbolan la poderosa vulva, disfrazada de la Virgen de la Medalla Milagrosa, y la pasean frente a la Catedral Metropolitana; y acto seguido los troyanos llenan la ciudad capital con imágenes de vírgenes y santos, sólo para que a los pocos días varias de ellas fueran vandalizadas.

Un día los orcos salen cual esperpentos, suspirando por el che Guevara, y otro día sus compas descabezan a José María Reyna Barrios; sólo para que al rato, los cazadores farisaicos prohíban que toque un grupo de rock llamado Marduk…porque los meapilas dicen que la banda es satánica.

Así se pelea la guerra cultural en Guatemala.

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Hace años, un amigo y maestro me recomendó no usar lenguaje militar cuando se habla de economía y entiendo que tampoco es apropiado usarlo cuando se discuten ideas y ponen a prueba ideas.  A pesar de eso, a veces he caído en el error de hablar de la batalla de las ideas, lenguaje que lleva a equívocos, al menos en un ambiente liberal clásico.  En otros ambientes, como los mencionados arriba, tiene sentido que los protagonistas piensen en términos de guerras porque estatistas unos y estatistas otros, ¿cómo van a ser inapropiados el uso de la coerción, el uso de la legislación y el uso del poder político para imponer sus valoraciones y sus perspectivas?

En un mundo consensual, la prevalencia de valores a nivel social se consigue mediante la persuasión, la negociación y el encanto; no mediante la legislación, el vandalismo, y la imposición.  No cabe el concepto de guerra en un mundo consensual.  El concepto de guerra cultural inflama y alborota pasiones, sólo para minar las condiciones apropiadas para el diálogo y el entendimiento.

Pinta en la Sexta avenida, de la zona 1.

En un contexto liberal clásico se reconoce y protege la diversidad de perspectivas y creencias y no se busca imponer visiones particulares del mundo a los demás; y entendida esa idea, no es difícil concluir que la idea de una guerra cultural va contra los principios fundamentales del liberalismo clásico ya que aquella implica una lucha por la supremacía de una ideología sobre las demás.

La guerra cultural es cosa de los cachurecos y los chairos para quienes Miguel de Unamuno parece haber dicho Venceréis, más no convenceréis.

Columna publicada en elPeriódico.

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