El brujo de la Boca del Monte le dio la receta a mi bisabuela, Mami, y ella enviaba el jarabe de morro para curarnos la tos a los niños. De eso me acordé ayer, que amanecí tosiendo, y que no tenía ganas de escribir de bochincheros, de reformas constitucionales, ni de policías secuestradores.
Esta es temporada de hacer jarabe de morro porque es tiempo de flores de izote, uno de los ingredientes indispensables para aquella preparación. Los otros componentes son los morros, claro; cañafístula, guarumo, flores de buganvilia roja, rapadura y brandy.
Todos aquellos ingredientes –menos las flores de izote y la panela– están mencionados en Plantas de uso medicinal en Guatemala, por A. Cáceres; y a todas se les atribuyen propiedades para el tratamiento de afecciones respiratorias. Las flores de izote, por cierto, están descritas en la receta como candelas de flor de izote y son las floraciones antes de reventar. Desafortunadamente, la receta no tiene cantidades.
El brandy se explica porque sirve para conservar el jarabe; y por la siguiente anécdota de mi cuate, Amable: Este era el cura del pueblo, cuyo remedio contra la gripe eran una botella de brandy y un sombrero. El cura ponía el sombrero a los pies de la cama y se metía en ella. Y tomaba brandy hasta que veía dos sombreros. Entonces estaba sanado.
La última vez que hicimos jarabe de morro en la casa fue en 1974; y todavía estaba viva mi nana, Elena. Cuando ya se había enfriado el jarabe y tocaba añadir el brandy, fui a donde mis padres guardaban los licores y elegí. Descarté dos botellas que se veían elegantes y tomé una de cierto licor nacional del cual había oído decir a mi padre que era como coñac.
Cuando les conté a mis padres que había hecho jarabe de morro me preguntaron que qué licor le había echado; y, listo yo, les dije que había tomado un ron nacional para no usar los importados. Y resultó que esa era una botella que la Licorera le había obsequiado a mi padre, en aquellos tiempos en los que el Zacapa no se comercializaba como ahora y era algo muy raro y apreciado. Por supuesto que me cayó mi enjabonada; pero valió la pena porque todavía recuerdo el sabor delicioso de aquel jarabe y sus propiedades curativas contra la tos, solo igualadas por la infusión de orozuz, de mi amiga Lucía.
Esta columna fue publicada en El Periódico.