Cuando el 26 de abril de 1998 ocurrió el ominoso asesinato del obispo Juan Gerardi, yo estudiaba en la University of Maryland y pasé la vergüenza de haber llegado de un país en el que ocurrían esas cosas. Y la vergüenza parece no terminar nunca.
A nueve años de aquel crimen, los autores del asesinato siguen libres, mientras que guarda prisión y silencio la única persona que seguramente sabe exactamente qué ocurrió en aquella noche fatídica; y están presas personas a las que se les acusa de estar involucradas indirectamente. Había un tercer preso; pero Obdulio Villanueva fue asesinado en febrero de 2003 durante un motín carcelario. Para él, nunca habrá justicia.
El 24 de abril pasado la Corte de Constitucionalidad ratificó la sentencia de 20 años contra Mario Orantes, Byron Lima Oliva y Byron Lima Estrada.
El caso de Gerardi siempre me da escalofríos porque prueba que la malignidad existe y que anda suelta por ahí. Y si a usted le hacen falta pruebas de que existe lo siniestro, seguramente querrá leer Quién mató al obispo, la obra de los periodistas Maite Rico y Bertrand de la Grange que pone al descubierto las conspiraciones y enredos alrededor del citado asesinato.
En este aniversario lamentable, cuando los verdaderos asesinos todavía andan sueltos, y mientras todavía se urden quién sabe que maquinaciones oscuras para que no se resuelva el caso, comparto con ustedes algunos párrafos de la obra citada.
“Las únicas sorpresas del juicio fueron el cúmulo de irregularidades, desde los falsos testimonios a la manipulación de las actas. A falta de pruebas, los testigos brotaban por arte de magia e iban llenando los huecos del rompecabezas, como siguiendo un macabro guión. Nada importaba que fueran tipos venales, marginales sin credibilidad o delincuentes: se les tomaba declaración y se les enviaba al extranjero sin más trámite ni comprobación”.
“Lo más desolador es que los asesinos de Gerardi andan libres y que los cerebros de la conspiración retomaron sus posiciones de poder”.
“Para mí no es creíble que Estados Unidos no tenga toda la información sobre el caso, y a pesar de eso, su embajador protestó cuando la sala de apelaciones anuló el primer fallo y ordenó un nuevo juicio”.
“Los que no tienen nada de ingenuos son los de la ONU, Ellos dieron un seguimiento milimétrico a la investigación. A pesar de todo, obviaron las inconsistencias manifiestas, los testimonios fabricados y las incontables aberraciones”.
“En una primera lectura, era lógico pensar que el ejército hubiese decidido vengarse de Gerardi. El problema es que cuando aparecieron las primeras pruebas de la participación de Mario Orantes ya era tarde”.
“El problema es que hay demasiados intereses en juego. La gran paradoja es que los mismos que traman la muerte de Gerardi, se sirven de los colaboradores del obispo para lograr sus objetivos”.
“Todo este proceso recuerda el caso de Alfred Dreyfus, el capitán francés que fue condenado a cadena perpetua por un asunto de espionaje a finales del siglo XIX. La vida política francesa estaba envenenada por el antisemitismo y Dreyfus era judío. Como no había pruebas, fabricaron documentos falsos y recurrieron a testigos dudosos”.
A final de cuentas queda en evidencia, otra vez, que el estado guatemalteco es incapaz de velar por la seguridad de sus habitantes y de garantizar una administración de justicia pronta y cumplida. El estado, sin embargo, negocia con chantajistas y en medio de una insufrible corrección política hace parecer legítimas hasta las más absurdas y abusivas pretensiones de los grupos de interés.
Y mientras tanto, en el marco del ignominioso caso Gerardi, algunos de aquellos grupos de interés se benefician de la memoria del obispo asesinado, en tanto que sus ejecutores andan sueltos.
Publicado en Prensa Libre el sábado 28 de abril de 2007