Ahora que leo que el partido oficial de la administración socialdemócrata expulsó de sus filas al diputado Manuel Baldizón, por indisciplina , creo que es oportuno hacer unas meditaciones sobre la disciplina partidaria.
A mí, ese concepto no me termina de convencer. Los partidos políticos deberían ser organizaciones intermediarias entre quienes ejercen el poder y los que los eligen y los que pagan las cuentas. Una mejor intermediación se haría efectiva si los partidos fueran comunidades de principios y valores, con plataformas programáticas en las que los distintos liderazgos compitieran por su idoneidad para realizar aquellas plataformas y sostener aquellos principios y valores.
Pero los partidos no son eso, ni están cerca de serlo. En realidad son roscas de amigos y clientes diseñadas para funcionar como maquinas electorales que lleven a personas determinadas al poder. Independientemente de sus principios y valores (por buenos que sean) e independientemente de sus plataformas programáticas (si las tuvieran). En esas condiciones, la llamada disciplina partidaria es imposible porque entre las dirigencias partidarias no existen suficientes elementos vinculantes más allá del momento electoral. Una vez alcanzado el poder, las razones para que las dirigencias permenazcan vincluadas se desgastan y se debilitan y lo que pasa a ser importante es conservar el poder y la influencia.
La competencia dirigencial que sería sana en un partido político de principios se convierte, entonces, en pelea de perros para conservar, o para adquirir el control la maquinaria. ¿A qué se puede apelar para la disciplina en esas condiciones?
Estoy de acuerdo con que un partido de principios les reclame, a sus miembros, coherencia y lealtad a los principios fundacionales de la organización; pero aún así, -y sobre todo de forma transparente- un dirigente partidario tiene más compromisos morales con su conciencia y con los compromisos de principios que tenga con sus electores, que con las pretensiones de disciplina partidaria.
La disciplina es propia de un ejército, de una clase de gimnasia, y hasta de un músico; pero cuando se trata de enfrentar los principios y valores personales, con las pretensiones de un grupo como un partido político, es impropio hablar de disciplina.
Celebro que la Unidad Nacional de la Esperanza se esté desmoronando (del mismo modo en que se han desmoronado sus predecesores en el poder); y celebro que Baldizón se quede sin máquina electoral. Pero si los chapines hemos de construir una república en democracia, sana, es bueno meditar sobre qué bases lo vamos a hacer, y es bueno usar el lenguaje apropiado.