El 20 de julio de 1969, cuando yo tenía 8 años de edad, vi en la tele y en blanco y negro, cuando Neil Armstrong se posó en la luna. ¡Ah, que estupendo acto de audacia me pareció aquello, y qué estupendo acto de heroismo me parece ahora!
Como todo niño de entonces, soñaba con ser astrunauta y tenía mi casco, mi cápsula del
Apolo 11 y mi Módulo Lunar. Los dos últimos eran de cartón y no recuerdo si venían en algún cereal, o si los daban en alguna gasolinera. En el bus del colegio jugábamos de que eramos astronautas y todos veíamos hacia las estrellas.
Cuando El Aguila se posó en el Mar de la Tranquilidad mi familia y yo estábamos en la sala de la casa y yo, medio dormido, en compañía de mis padres y de mis hermanos vimos aquella azaña majestuosa. Yo no estaba conciente de toda la tecnología, la ciencia y la filosofía involucradas en aquel enorme salto; pero sí sabía que era algo magnífico.
Casi 30 años mas tarde tuve la oportunidad de
conocer a Jack Schmidt y a Gene Cernan, que fueron los últimos astrunautas en la Luna; y de ver algunas de las naves Apolo y Geminis que hicieron posible el primer alunizaje. En la foto estoy frente a una cápsula Geminis, en el Museo del Aire y del Espacio, de la Smithsonian Institution.
Hoy, en la aventura del Apolo 11, celebro a la raza humana, a su espíritu emprendedor, a su creatividad y a su ingenio. El niño que en 1969 estaba extasiado frente a la tele, ahora no lo está menos.