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May 07

El regreso del perfecto idiota, comentado

Del cuate peruano, Héctor Ñaupari, he recibido los siguientes comentarios acerca de El regreso del perfecto idiota latinoamericano, obra de Carlos Alberto Montaner, Alvaro Vargas Llosa y Plinio Apuleyo Mendoza.

Se ha publicado El regreso del idiota, de Plinio Apuleyo Mendoza, Carlos Alberto Montaner y Álvaro Vargas Llosa (Random House/Mondadori, México, 2007, 343 páginas) tercera entrega de estos destacados defensores de la libertad, el progreso y bienestar, valores tan esquivos como urgentes en nuestros países, y que causara, como es lógico, ácidos e insultantes comentarios por parte de la divine gauche latinoamericana.

Lo novedoso es que todos estos presurosos pero desacertados “críticos” cometían el grave yerro –como hicimos notar en su oportunidad– de no haber leído el libro, que todavía no había salido a la venta, un rotundo y al mismo tiempo grave caso de deshonestidad intelectual, amparado en el siniestro silencio de sus compañeros de ruta y de otros ingenuos en la academia y la cultura, de un lado a otro del continente.

Como seguramente estos aviesos y poco serios comentarios continuarán, nos apresuramos a recomendar este magnífico libro e insistir en su inmediata lectura. En sus inquietantes páginas, nuestros autores pasan revista a la actualidad de América Latina y, en su análisis, sorteando las zigzagueantes coyunturas de nuestros países, rastrean, en primer término, la genealogía intelectual y política de los “nuevos” izquierdistas de esta parte del continente.

En el libro queda claro que el neosocialismo o “socialismo del siglo XXI” latinoamericano está viviendo un autoengaño: se considera a sí mismo pleno de vitalidad, cuando en realidad se ha fosilizado, exponiendo su oscura decrepitud a la realidad solar e inmisericorde de nuestros tiempos, y dilapidando inexorablemente el poco capital espiritual que todavía le queda. “Nietas de Marx, hijas de Lenin y sobrinas de Freud”, como sostienen los escritores, el último héroe de las izquierdas, Ernesto Che Guevara, lleva muerto más de cuarenta años, y casi nadie conoce su verdadero pensamiento –resumido en esa terrible frase suya: “ser… una fría máquina de matar”– ni sus crueldades y asesinatos a sangre fría, teniéndosele más como un fenómeno chic antes que como un verdugo a mansalva de adolescentes, lo que fue en realidad.

Sin correr la suerte de Guevara, –como puntualiza brillantemente el libro comentado– fuera de las costas de Cuba, el viejo y enfermo Comandante que la tiraniza no inspira los enfebrecidos entusiasmos de hace cuatro décadas, repetidos hasta el hartazgo en proclamas, poemas, odas y canciones de nueva trova. Más bien, queda patente que es, para todas las democracias en el mundo, una gran incomodidad, por sus sostenidas violaciones a todos los derechos humanos, su saudita riqueza, su olímpico desprecio a la libertad de pensamiento, prensa y expresión, y, sobre todo, por llevar el triste título de ser el dictador más antiguo de América Latina.

Del mismo modo, convienen los autores en que muy poco sensato ha de ser tener como adalides a líderes indigenistas, nacionalistas y tropicales bolivarianos –los “izquierdistas carnívoros”– que repiten los mismos clichés de hace cuando menos un siglo y medio; y, peor aún, cuando se sabe que comparten también los mismos apetitos de poder desaforado y supremo. En realidad –como comprueba el libro– en sus discursos y metodologías, nuestra izquierda se ha detenido en el tiempo. Un clarísimo ejemplo de ello es Silvio Rodríguez. Como señala con indudable acierto el destacado crítico literario peruano Gustavo Faverón –a quien nadie puede acusar, por cierto, de neoliberal– “Silvio Rodríguez canta la revolución y es un ejemplo estrepitoso de conservadurismo. Su música es la eterna repetición edulcorada y entristecida de las mismas tres notas; sus letras son tan nuevas como pueda ser nuevo a estas alturas alguien que parece no haber leído en su vida nada más que a Bécquer y al Che Guevara. Ni siquiera su guitarra parece haber sido afinada en los últimos treinta años. Uno tiene la impresión de que afinarla sería un acto demasiado experimental para Rodríguez: es imposible detectar ningún tipo de evolución en sus discos: su primera época y la última son lo mismo”[1].

Es por eso que, acorde con los nuevos tiempos, como destacan Mendoza, Montaner y Vargas Llosa, hay una izquierda renovada en América Latina, la cual ha abordado el tren de la historia, porque ha comprendido la realidad del mercado sin anteojeras ni corsés ideológicos, lo mismo que el respeto a los derechos esenciales de las personas y la democracia, sin perder por ello sus preocupaciones sociales.

Si algo podemos concluir de esta “izquierda vegetariana” –como se la denomina en el libro– es que resulta mejor y más práctico convencerles de la naturaleza bienhechora del mercado, que lograr que algunos liberales tengan en cuenta las evidentes desigualdades que padece nuestra región. No obstante, ése no es el caso de los autores de El regreso del idiota, pues, si una evidencia resalta en el libro, es el reconocimiento de la pobreza y las divergencias sociales de Latinoamérica, y su solución a través de la libertad y el emprendimiento empresarial sin cortapisas, propuestas que, a fuerza de insistir, y reforzadas por el peso de la realidad, vienen siendo acogidas en diversos países.

Asimismo, en el libro se explica al gran público el complejo de Fourier, mal psicológico descrito por un venerable economista austriaco, Ludwig von Mises, el cual aqueja a las izquierdas latinoamericanas y europeas por igual –configurando un rarísimo caso de igualitarismo psiquiátrico, donde el denominador común está representado por un “sueño [que] es… un escape a anhelos reprimidos…”– y que consiste en descargar en el otro –la burguesía, el imperialismo, el neoliberalismo hambreador y genocida– sus amargas frustraciones, bajo la coartada de “reivindicaciones sociales”, en una “providencial transferencia de la culpa”, como destacan los autores. Resolver este mal latinoamericano es una tarea pendiente si se quiere alcanzar realmente el desarrollo para la región, y que las reformas no queden simplemente en modernizaciones cosméticas, tragedia que ha ocurrido en el pasado, también analizada escrupulosamente en El regreso del idiota.

Finalmente, en su último capítulo, este libro quiebra uno de los mitos que más ha vendido la izquierda en ambos lados del Atlántico: el monopolio de la autoridad moral de sus intelectuales. Cuando leemos la conspiración del silencio urdida contra Hayek, y su posterior vindicación; la odisea de Popper, huyendo del totalitarismo nazi, lo mismo que Ayn Rand y su dramático escape del comunismo emergente en su Rusia natal; o, los insultos proferidos contra Carlos Rangel, tenemos la certeza que hay una historia paralela, de heroísmo y compromiso, de sacrificio y virtud, en los intelectuales liberales, que debe ser escrita. Estimo que el homenaje rendido a estos paladines en este libro sea el punto de partida para contarla. Ése es mi deseo y mi esperanza.

[1] Faverón, Gustavo. Dean Reed y los héroes quietos. Revolución conservadora (invitado especial: Silvio Rodríguez). Blog Puente Aéreo, del autor. Mayo, 2007.

En la foto estamos Alvaro Vargas Llosa, y su servidor.