En el Día del libro

Hoy se celebra el Día del libro; y se conmemoran los fallecimientos de Miguel de Cervantes, William Shakespeare, y  Garcilaso de la Vega (con algunos ajustes convenientes debido a las diferencias entre los calendarios juliano y gregoriano).  En ese contexto te cuento una anécdota de mis años formativos relacionada con libros.

Creo que fue en Tercero Básico que empecé a hacer una lista de los libros que había leído.  Se la mostré a uno de mis amigos y él le comentó a uno de mis profesores: Luis Figueroa hizo una lista de los libros que ha leído, ¿cuántos ha leído usted? Y el profesor le contestó: No se, porque yo no soy presuntuoso como para hacer una lista así.

¡Ouch!, eso fue un gancho izquierdo a mi autoestima adolescente e interrumpí el listado.

Primera página de aquella tristemente célebre lista de libros.

En algún momento y vaya uno a saber por qué retomé el listado, tratando de recordar qué libros había leído.  Sin embargo, la observación de mi profesor me asaltó y suspendí la lista.  Todavía, a la fecha, me cuesta mucho contar qué libro estoy leyendo,  Ni siquiera para Carpe Diem puedo hacerlo con comodidad.

Pero como hoy quería escribir algo diferente para la celebración, busqué la lista y la encontré en una caja que se ha salvado de mudanzas y de mis arranques de Hoy voy a deshacerme de cosas.

De la lista me llama la atención su variedad.  También me llama la atención el hecho de que algunos libros los recuerdo perfectamente, con detalles, mientras que otros -por más que trato- no logro recordar; ni su trama, ni su aspecto, ni nada.  De algunos recuerdo perfectamente en qué contexto emocional me encontraba, o en que circunstancias me hallaba. Algunos me dejaron mucho y otros fueron una pérdida de tiempo.

Mi abuela, Frances, que era una gran lectora, siempre me decía que todo libro debe ser terminado de leer; pero nunca me convencí de eso. Puedo, perfectamente, abandonar un libro que me aburre, o que no llena mis expectativas.  Todos los de la lista los terminé, incluso los que al final consideré como irrelevantes. 

Como en otras ocasiones, en esta celebración aprovecho para homenajear a las personas que más tuvieron que ver con mi gusto por la lectura:  Mi padre, cuya figura sentada al atardecer en la sala de la casa, con un libro en una mano (y un trago en la otra), me inspiró para imitarlo; Mi abuela, Frences, y mi tía Baby, que me obsequiaron muchísimos libros, y me introdujeron al mundo de Ayn Rand y al de las novelas históricas; y a Conchita y a Joe Castellanos, que me regalaron Corazón, de Edmundo de Amicis, que fue mi primer libro propio.

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