En mi casa, nochebuena y navidad huelen a pinabete y a manzanillas, huelen a tamal colorado y a tamal negro, huelen a pólvora, a ponche de frutas y a pavo relleno con la receta de mi bisabuela, Mami, cuidadosamente interpretada para adaptarla a nuestro gusto. Es muy posible que la receta se remonte a Minnie, la madre de mi bisabuela.
¿Te la comparto? Cortas pan francés del día anterior en cubos y los remojas en vino blanco; remojados los cubos, no empapados. Picas los menudos del pavo y los fríes en mantequilla abundante y los sazonas con sal y pimienta. Añades cebolla y apio picados fino. A esa mezcla le sumas castañas y champiñones en rodajas y vuelves a sazonar. Ahora es el momento de agregar salvia en polvo y perejil picado fino. Cuando esa mezcla ya está unificada le añades el pan remojado en vino y te aseguras de que la mezcla quede pareja y vuelves a revisar la sazón. El pan debe integrarse a los ingredientes anteriores; pero no debe convertirse en una masa. ¡Esa es la clave!
Para mí, el pavo es sólo un vehículo para conseguir el relleno horneado. Este último es mi parte favorita, aunque, la verdad sea dicha, nunca le digo que no a una buena rodaja de carne oscura. Mami decía que comer pechuga es como comer sábana; y aunque en casa nunca nos sale reseco el pavo, estoy de acuerdo con mi bisabuela. Por mucho, ¡prefiero la carne oscura!
Todo aquello, sin embargo, no tiene la menor importancia si no es compartido con personas que amo, o por lo menos que les tengo cariño. En casa, en realidad, celebramos el solsticio de invierno, yuletide, las saturnalias, el cumpleaños de Newton, la nochebuena y la navidad. Celebraríamos kwanza, ¿por qué no? Algunas de aquellas personas están presentes, y otras están en el recuerdo.
No tengo pruebas; pero tampoco tengo dudas de que los abrazos navideños de los seres queridos…e incluso de desconocidos son los mejores. Desde que era niño, cuando mis padres nos despertaban a mis hermanos y a mi a la media noche, con el coheterío, y nos bajaban a la sala para ver la casa iluminada y los regalos, mi parte favorita eran los gritos de ¡Feliz navidad! y los abrazos. Dime si no es dulce y encantador el momento de los abrazos.
Actualmente, en casa cenamos temprano y aprovechamos las visitas de familia y amigos. Pero en aquel tiempo la cena se servía a la media noche porque la fiesta seguía hasta que los adultos quisieran. De modo que al bajar había aromas, sabores, texturas y sonidos que fueron sumándose al baúl de los recuerdos más queridos. El sonido de mi tortuga aporreada con un chinchín pintado con nij, por ejemplo. La letra y la música de A la rorro niño… y de O Tannembaum, para mencionar algo más.
Ya un poco mayor, ¿quién podía impedir que despenicáramos una ametralladora de cohetes y nos dedicáramos al antiguo arte de quemar uno por uno los petardos? ¿Quién podía evitar que fumáramos el cigarrillo que usábamos para encender los cohetes? ¿Quién podía evitar una guerrita?
Para mí, y en casa, estas fiestas son para vivirlas del modo en que nos hace felices. Son para conectarnos con las generaciones que nos han precedido y con las que están llenando sus propios baúles de recuerdos. Son para celebrar la vida; de modo que, a ti y a tu familia, desde estas líneas y desde nuestros corazones, les deseamos paz, salud, prosperidad y amor.
Columna publicada en elPeriódico.