¡Sorpesa! Chicle de verdad

 

Los chicozapotes o chicos son mis frutas favoritas; más que los mangos, que los higos, que las fresas y las moras, que las peras, que las manzanas, que los melones y las papayas, que los bananos y que los melocotones.  Tanto como los persimones. No sólo por su sabor amielado delicioso, sino porque desde niño me llamaba la atención que de su árbol salía el chicle natural. ¿Ves el chicle entre la pulpa?

Los chicos de ahora no traen chicle como cuando yo era niño.  Los de ahora son injertados y supongo que la eliminación del chicle en la fruta es un plus de la modernidad.  Pero cuando yo era niño los chicos casi siempre traían chicle y era muy alegre y divertido separarlo de la pupa y masticarlo por buen rato aunque no tuviera sabor.

Ahora es raro encontrar chicos con chicle; pero en casa, cuando los encontramos, siempre nos alegra.  Ya sabes…el club de la nostalgia se alborota. En la foto una bolita de chicle natural.

Cuando fui a El Mirador, en el reino Kan, la primera noche en la selva la pasamos junto al sitio arqueológico La Florida, donde hay un campamento de chicleros.  Ahí conocí el chicle natural en bloque.  Durante nuestra expedición vimos muchísimos árboles de chicozapote con los cortes cruzados característicos que son necesarios para extraer la preciosa materia prima. En la foto: El Ale y nuestro guía, Darwin, con un bloque de chicle.

No soy de mascar chicle; pero la idea del chicle natural, su conexión con la selva y con exploradores me encanta.  Por eso me gustó mucho la novela Guayacán de Virgilio Rodríguez Macal y disfruté mucho la conexión entre Uaxactún y la actividad chiclera cuando visité aquel sitio en compañía de Mart Laar, ex primer ministro de Estonia, su esposa y mi amiga, Lissa.

Ahora la goma de mascar se hace con acetato polivinílico; pero originalmente se hacía con la savia del chicozapote; su historia es como de película e involucra al dictador mexicano Antonio López de Santa Anna, y a entrepreneurs fascinantes como Thomas Adams y William Wringley Jr.

Mi amiga, Lucía, suele regalarnos chicos de su propia cosecha; y a veces traen chicle y entonces los disfrutamos a la N potencia.

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