Sencillo pero elegante era una divisa de mi abuelita Juanita; lema que al gobierno de Guatemala -en todos los niveles desde el gobierno central hasta todos los municipales- les hubiera caído de perlas.
En aquello pensé cuando llegué con un grupo de amigos a la Plaza de la Constitución el día 15 a las 5:30 p. m. Me encontré con pintas e inmundicia a lo largo de la Sexta avenida, y encontré más pintas e inmundicia en la Plaza. El lugar de honor que le correspondería a la bandera nacional estaba ocupado por la bandera de los pueblos, impuesta en una vara de bambú. Infaltable la manta de Codeca y rodeada por pintas, muchas de ellas inquietantes. El genocidio continúa se llama democracia, decía la que más llamó mi atención.
¿Por qué llamó mi atención? Porque está clarísimo que no hubo genocidio en Guatemala, siendo que las muertes que dejó el enfrentamiento armado interno, desatado por quienes querían imponer la dictadura del proletariado y usaron el indigenismo para conseguir carne de cañón, nunca se trató de cometer actos orientados a destruir total o parcialmente un grupo nacional, étnico, racial o religioso. Ni de un lado, ni de otro. La sanata del genocidio inexistente no sólo carece de fundamento, sino que…¿te das cuenta de que para los grupos que hacen las pintas y ensuciaron la plaza la democracia es genocidio? ¿Qué pasaría con la democracia si esos grupos llegaran a controlar el poder, la administración de justicia, la legislación y las armas en Guatemala? ¿Qué pasaría con la república?
En la Plaza de la Constitución había una mujer que me dio la impresión de que no estaba en sus cabales; pero como don Quijote de la Mancha, en su locura había cordura. ¿Qué decía la mujer? Esa bandera no tiene nada que hacer ahí, hoy es el día de Guatemala, al referirse a la bandera de los pueblos. Los “marsistas” todo lo ensucian, decía al referirse a la inmundicia en la plaza.
Al llegar a aquel espacio, no pude uno dejar de ver ese lunar con pelos que se halla a medio construir entre el Parque Centenario y la Plaza de la Constitución. Recordatorio permanente de lo inútil, lo vano y lo inapropiado, sobre todo si se toma en cuenta que la bandera gigante de Guatemala que se halla en el monumento a los próceres de la Independencia, conocido como el Obelisco, se halla rasgada y casi hecha jirones. Descolorida y abandonada.
El 15 en la Plaza de la Constitución fue salvado por los aviones y helicópteros que sobrevolaron la ciudad y la gente aplaudió desde abajo; recuerdos mustios de cuando la plaza estaba llena de jóvenes y bandas que disfrutaban de la fiesta; de cuando ahí se izaba con dignidad la bandera azul y blanco; de cuando sonaban las salvas y los niños se emocionaban; de cuando ahí se cantaban el Himno de Guatemala y el de Centroamérica.
En 2017 los violentos causaron destrozos en la Plaza el 14 de septiembre e intentaron estropear la fiesta; y en 2018 la celebración fue dignamente rescatada. En 2021 grupos afines tomaron aquel espacio y consiguieron ensuciar la efeméride. ¿Va a ser rescatada en 2022?
Las alegres bandas y las alegres antorchas -organizadas y portadas por jóvenes y por familias enteras- ¿podrán sustituir a los encapuchados y a los violentos? ¿La esperanza podrá sustituir a la imposición del odio?
Algo sencillo, pero elegante y digno hubiera sido mejor para celebrar el Bicentenario de la desvinculación de la monarquía hispánica, en vez de planes megalómanos que nunca se hicieron realidad y en vez de la incuria que se vio en la Plaza. La fiesta debe volver a la gente.