No posterguemos la reforma política y electoral

 

No podemos seguir postergando una reforma electoral, ni deberíamos postergar la reforma de la Ley Orgánica del Organismo Judicial, son dos de las lecciones que deberíamos extraer de la experiencia política que los guatemaltecos hemos vivido en días recientes como consecuencia del intento del Organismo Ejecutivo de imponer un estado de calamidad.

Voy a concentrarme en la primera por cuestión de orden metodológico; y voy a subrayar que no se trata de cualquier reforma.  En primer lugar tiene que ser una que nos permita a los electores y tributarios votar por diputados individuales, en lugar de tener que hacerlo por listas como es actualmente.  Con el sistema actual, ¿quién sabe quién es su diputado? No existe una conexión entre los mandantes (tu y yo) y los mandatarios (los diputados).  Los diputados no son accountable, y ni siquiera son responsables ante quienes votaron por ellos. La representación -que siempre es algo dudosa- en el caso chapín es como un mito, o una caricatura.

Congreso de la república. Foto de elPeriódico.

Hace mucho tiempo que el Congreso abandonó su función más importante que es la de servir como un balance de poder; y cada vez es más evidente que los diputados llegan al Organismo Legislativo a negociar cuotas de poder, a conseguir obras para aspirar a la reelección y a conseguir plazas para el mismo propósito.  Al Congreso, los diputados llegan a legislar, como si el hemiciclo fuera una fábrica de salchichas; y ya sabes lo que decía Bismark: Quienes gustan de las leyes y las salchichas no deberían ver como las hacen.

Ayer, sin embargo, se dio una de esas raras ocasiones en las que si funcionó la división del poder y el balance.  Seguramente no fue por los motivos más virtuosos del mundo, a juzgar por lo que vimos quienes seguimos el proceso; pero lo cierto es que el Ejecutivo no consiguió los votos necesarios para imponer el estado de excepción a pesar del servilismo y la ambigüedad de la Corte de Constitucionalidad, de las maniobras políticas y dilatorias del oficialismo e incluso a pesar de la compra-venta de votos denunciada por algunos diputados.  Giammattei no es un Bukele que controla todos los organismos del estado; pero temo que es más por circunstancias temporales y por presión ciudadana, que porque la mayoría de diputados que se opuso al estado de calamidad entendiera los principios que están en juego. Y ojalá que no haya sido cuestión de precio.

Una reforma electoral que sea electorera, o sea una que refuerce el carácter clientelar y de rosca que tienen los partidos políticos, en Guatemala, le causaría un daño profundo y mortal no sólo al sistema electoral, sino al sistema republicano tan vulnerable y endeble entre nosotros.  Habría que rechazar ese tipo de reforma.

Un reforma que estatizara y echara -coertitivamente- sobre los hombros de los tributarios el financiamiento de partidos inviables porque nadie, o muy pocos están dispuestos a financiarlos, sería nefasta; como igual de nefasta sería una reforma que no hiciera 100% transparente el financiamiento pacífico y voluntario de los partidos.

¿Qué clase de reformas sí son urgentes e importantes? Todas las que fortalezcan y refuercen el rol de los mandantes y el sistema republicano. ¿Por ejemplo? La conformación de distritos electorales pequeños, que ya no correspondan a los departamentos del país; y la posibilidad de que cualquier ciudadano pueda inscribirse como candidato, sin necesidad del apoyo de partido político, o comité cívico alguno.

Algunos efectos de esas reformas serian el de acabar con el monopolio de los partidos y el de crear incentivos para que estos no se alejen de los mandantes, si quieren conseguir sus votos. También harían más cortas y baratas las campañas. ¿Otro ejemplo? El fortalecimiento del Tribunal Supremo Electoral, en su carácter de supremo e independiente para que sea confiable y digno de respeto.  ¿Me vas a decir que no es urgente que el TSE recupere el prestigio que ha estado pisoteando y enlodando en los últimos dos, o tres periodos electorales?

Hay un problema, sin embargo, muchos de los diputados que son aplaudidos hoy, por su desempeño de ayer, ¿quién sabe cómo actuarán mañana? Porque, ya lo comenté arriba, ¿cuántos diputados actúan por principios y cuántos lo hacen porque así conviene en el corto plazo? ¿Cuántos son ejemplos de un libro de análisis económico de las decisiones públicas?

El caso es que los partidos políticos no son esos intermediarios entre mandantes y mandatarios, ni esas plataformas ideológicas y programáticas que describen los libros teoría política tradicional. En Guatemala, lo que tenemos son maquinarias electoreras que, alrededor de un candidato y su rosca de amigos y patrocinadores, son instrumentos para llegar al poder, o influir en él en beneficio de intereses bien particulares. Por eso es que los partidos tienen dueños con nombre y todo.

En consecuencia, la reforma electoral necesaria y otras reformas urgentes, ¿puede salir de dentro del actual sistema? ¿Puede salir de dentro del sistema actual sin la participación activa y comprometida de los tributarios y de los electores? Hay que romper el ciclo; pero, ¿se puede romper cuando los que viven de él no responden a sus mandantes? ¿Es sostenible la legitimidad pegada con chicle sin una voluntad política que lideree una reforma que incluya los aspectos mencionados arriba y otros que favorezcan el estado de derecho, frente al estado de legalidad y a las güizachadas que vimos en días recientes? Eso de que se necesitara la aprobación de la improbación, va a ser la última movida de esa clase, o es un nuevo estilo? ¿De quién depende? ¿A quién le corresponde liderear una reforma política profunda como la descrita arriba…como mínimo?

…si me preguntaran sigo pensando que la mejor opción de reformas es ProReforma, proyecto que ya no se encuentra en línea pero que es una iniciativa genial para empezar una buena discusión. Si me siguen preguntando, el análisis de la reforma electoral, por el Centro de Estudios Económico-Sociales, es otro punto de partida muy útil.

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