La cuenca Mirador de nuevo está en el foco de atención pública porque senadores estadounidenses buscan dotar de dólares al sistema Mirador-Calakmul para un programa de investigación, rescate y conservación. También porque la propuesta de un tren eléctrico de bajo impacto, que atraviese los 50 kilómetros que hay entre la aldea Carmelita y El Mirador, tiene fans y detractores.
En compañía de Raúl, El Ale, Ami Tai, Hue yin y Ho Don recorrí el sak´be o camino blanco que une El Tintal y El Mirador en diciembre de 2005; y desde entonces me maravillo con todo lo que tiene que ver con el reino Kan. Durante cuatro noches dormí una enorme cantidad de estrellas, que nunca más he vuelto a ver y bajo las copas de los árboles, mojado hasta el tuétano en una de aquellas noches. Conocí a qué huelen los orines de serpiente, vimos huellas de Balám y tarántulas así de grandes, y viajamos a pie y en mulas durante cinco días.
A veces el agua lodosa de los bajos nos llegaba a la cintura, me caí cuatro veces de mi rucio, y El Ale quedó colgando de un árbol en una ocasión. Tras horas de montar, más de una vez reviví mis piernas entumecidas poniéndoles una cruz de saliva, según la costumbre de la jungla. Y entendí lo que es ser terco como una mula.
Las discusiones sobre el futuro del patrimonio cultural y natural de aquella área son necesarias; porque, aunque vivimos en un ambiente en el que muchos quieren tener el mejor teléfono posible antes que los demás, también quieren lo que nos da raíces y nos identifica en un mundo volátil, incierto, complejo y ambiguo. De ahí que sea importante responder a la pregunta: ¿A quién pertenece el pasado?
Comparto la idea de que los objetos y edificaciones conservadas del pasado son posibles fuentes de enseñanza; pero no son intocables, ni están fuera del mercado, sólo para ser admiradas, pero no tocadas. Todo esfuerzo para conservar El Mirador, o cualquier otro sitio, debe ser sostenible en el largo plazo y no de espaldas a la realidad. Porque ya sabes, puedes ignorar la realidad; pero no las consecuencias de ignorarla.
Columna publicada en elPeriódico.