Hoy se me cruzó en el camino El señor Presidente, de Miguel Angel Asturias y oí que me llamaba. Oí que me decía: Leemeeeee, leemeeeee, otra veeeeez. Se me cruzó en la venta de libros usados que hay en el Centro Estudiantil de la Universidad Francisco Marroquín.
Al principio me resistí porque tengo otros libros que leer. Libros que han escrito cuates míos; libros para mi trabajo; libros por placer; en realidad libros para mi trabajo y por placer que son lo mismo. Luego recordé que no hay tal cosa como libros que tengo que leer; así como no hay cosas que tengo que hacer. No hay nada que hacer. Lo que hay, como explica mi cuate Fred Kofman, son demandas sobre mi tiempo y mis recursos. Lo que sí hay son libros que elijo leer y cosas que elijo hacer. Dicho lo anterior compré El señor Presidente con el ánimo de leerlo de nuevo. Hay varios libros de mi adolescencia que quiero volver a leer: El Popol Vuh y La mansión del pájaro serpiente, por ejemplo.
Con El señor Presidente (que es un librazo con una historia conmovedora y aterradora, escrito magistralmente) tengo una historia que me causa gracia.
En Tercero básico mi profesora de Literatura me dejaba leer lo que yo quisiera, independientemente de los libros asignados por el Programa oficial. Esto era porque yo era un buen lector y leía cosas buenas; porque me daba hueva leer los libros del Programa; porque tiendo a hacer lo que me place; y porque ella era buena onda y comprensiva, sabía que quizás era más importante seguir cultivando mi amor por la lectura y los libros que zambutirme mediante coacción.
Llegado el día de entregar el reporte de El señor Presidente la maestra no llegó a clase y la directora, doña Tere, llegó a recibirlos. Cuando le entregué mi reporte de Sinuhé, el egipcio (una novela en la que aprendí mucho sobre los egipcios y sobre el reinado de Akenatón) doña Tere me dijo que eso no era aceptable y que tenía ese fin de semana (que era largo porque llegaba el Primero de mayo), yo debía leer el libro de Asturias y presentar el reporte el lunes.
Como era fin de semana largo me fui a Panajachel y allá leí El señor Presidente. Allá devoré El señor Presidente porque me encantó (y lo mismo me pasó con Doña Bárbara, que leí ese año porque doña Tere ya me tenía el ojo puesto y no le permitió a mi maestra que me aceptara otros libros). El señor Presidente es uno de esos libros que -si eres chapín, si has visitado Guatemala, o si tienes intereses en Guatemala y su historia- seguramente vas a disfrutar; también si te interesan las dictaduras en América Latina y en el mundo. Como dije arriba es una historia conmovedora y aterradora escrita de forma magistral.