La “democracia” de turbas

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La democracia de turbas es un recurso muy socorrido entre cierto tipo de políticos: En tiempos de La primavera democrática chapina, el gobierno de Juan José Arévalo tenía sus Chiquilines con los que intimidaba a la oposición y disolvía manifestaciones contrarias; los sandinistas tenían a las turbas divinas que usaban para golpear y hostigar opositores, así como para destruir propiedades ajenas.  ¿No se te ha olvidado la caterva violenta que organizó el partido de Ríos Montt y Alfonso Portillo en el nefasto Jueves negro de  2003?  En julio de 2010, durante la administración de Alvaro Santa Clos Colom un alcalde petenero amenazó con invadir la capital con 400 mil personas.  La exguerrilla chapina, por medio de sus organizaciones sociales, acarrean muchedumbres con frecuencia para presionar, imponer, y forzar.

La democracia -que debería ser sólo un instrumento para cambiar de autoridades pacíficamente- se ha convertiro en democracia de turbas.  Y quien tenga la turba más grande, más violenta, más temible y más corriente será quien se imponga.

En todo aquello pensé cuando leí que la manifestación orquestada por el oficialismo enfrente y atrás del Palacio Legislativo para boicotear el inicio de la sesión plenaria de ayer, se salió de control convirtiéndose en un enfrentamiento con el Pelotón Antimotines y la seguridad parlamentaria, en el que abundando el gas pimienta, los golpes, batonazos, empujones, caídas e insultos.

Medio en broma y medio en serio, en otras ocasiones, he dicho que cuando los diputados se agarren a golpes, o se involucren en otras formas de violencia habría que dejarlos que sigan y sigan hasta que ya sólo queden tres, o cuatro. Pero el clavo está cuando los políticos esos llevan la violencia a las calles e involucran a sus turbas, sus chiquilines y sus acarreados.  El clavo está en que la violencia de ese tipo se sabe cuándo y como comienza, pero no se puede saber cuándo y como terminará.  El clavo es que no se puede pretender la vida en una sociedad pacífica, si el conflicto y la conflicitividad son instrumentos políticos de uso generalizado.

Pero la culpa no la tiene el loro, sino quien le enseña a hablar.  Ya lo dijo Manuel Baldizón Yo quisiera responsabilizar al electorado, porque quien decide y pone a sus autoridades, quien se deja engañar a través de una campaña negra o un buen anuncio, sin conocer el fundamento de una propuesta, es el electorado.  ¡Y mira qué tan bajo hemos caído que ahora hay que citar a Baldizón!

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  1. Geraldine Pearse

    OMG! Baldizón hablando de engaños. Pero tiene razón. Es triste lo facil que nos engañan. Yo creí en la mano dura, no lo niego. También en la honradez de la vicepresidenta. ¡Qué horror! Pero creo que es mejo votar por el “menos peor” como siempre, que no votar, porque entonces uno no tiene boca para hablar.